Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

martes, 23 de septiembre de 2008

Teatro Sagrado

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El teatro ha sido siempre una representación de la vida. En el Teatro sagrado chino, japonés y balinés se representa la cosmogonía, la intervención de los dioses y sus andanzas como es el caso de los hindúes. En cuanto al occidente judeo-cristiano y greco-romano al que pertenecemos –igual que en las tradiciones precolombinas– el teatro tiene orígenes sagrados y en él se suelen representar no sólo las aventuras de sus dioses, sino también la de sus héroes y guerreros unánimemente presentes en todas las culturas, asimismo íntimamente ligadas a la danza, por lo que ésta y la música se presentan como entrañablemente unidas y conjugadas en el teatro que las acoge. Frecuentemente el teatro es asociado a la irrealidad de la existencia, vista así por los propios autores teatrales, igualmente la vida como un sueño, o la realidad en la que acreditamos como el gran Teatro del Mundo según Calderón de la Barca. Shakespeare tampoco es una excepción al pretender que la vida está hecha de la misma sustancia de los sueños.

En todo caso siempre hay algo paródico y hasta por ello grotesco en cada representación, lo que puede ser sublimado por los actores en la catarsis que acompaña siempre a la actuación, a veces en los insospechados medios en que se expresa la posibilidad universal, la que por definición es indefinida. Por nuestra parte queremos insistir en esta última posibilidad vinculada con la magia y aún con la teúrgia. Generosa madre, el teatro nos brinda la activación de la memoria original sobre todo aquello que hemos olvidado, que no podemos recordar, y consolida paradójicamente nuestro núcleo central al que se llega en este caso de la memoria, por la anamnesis, la “reminiscencia” y también, como ya sabemos, por otras tantas vías tradicionales.

El teatro puede alcanzar un estado sagrado como si una obra o su representación que así lo hiciese pudiese llegar a un sitio y tiempo distinto, una ruptura de nivel, como si se lograra expresar la idea de un teatro dentro de otro teatro, como lo hace el Teatro de la Memoria, o con impertinencia y estulticia agregar una ilusión a la ilusión como lo hace casi siempre el teatro contemporáneo.

Nos dice René Guenón en su estudio sobre el simbolismo del teatro en Aperçus sur l’Initiation que los “misterios” o autosacramentales medievales son formas de teatro sagrado. Así lo entendemos, pero sin olvidar el teatro (comedia del arte), representaciones, procesiones y desfiles renacentistas italianos u obras como La Tempestad de Shakespeare y todo el tono de su dramaturgia (y comedia) propios de lo espiritual-intelectual, tal como lo destaca Francés Yates en Las últimas obras de Shakespeare. Una nueva interpretación y La Filosofía oculta en la época isabelina. El espectáculo más irreal de todos es el de una noche serena iluminada por los astros –efervescente de grandeza– que están ya en otra cosa o habrán muerto pues los vemos, tal cual eran hace un millón 600 mil años (debido a la velocidad de la luz), antes del eón actual.

Federico González

martes, 9 de septiembre de 2008

El teatro y su doble. Teatro de la crueldad

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En los años 30 Antonin Artaud, actor y autor teatral de cierto mérito escribe un manifiesto que sorprende por su lucidez. En dicho alegato, el señor Artaud explica que el teatro se ha convertido en algo inútil, pues el pensamiento occidental lo ha reducido a lo puramente lúdico. Esta forma de Arte Sagrado ha sido destruida por los valores burgueses y el mejor y más distinguido teatro que puede verse en occidente se sustenta exclusivamente en lo anecdótico, con una trama que se establece generalmente en base a las relaciones psicológicas entre personajes, sin permitir otras posibilidades que exceden con mucho a aquellas historias más o menos insignificantes en las que se asientan los fundamentos de nuestro adorado teatro.
Lo que sí es cierto es que en último término todo “canta” a lo más alto, pues ese es el principio y el fin de todo lo manifestado. Pero la presunción del hombre de nuestros días es tal, que habiéndose proclamado autosuficiente, ha quedado atrapado en su propio “yo individual” al que rinde culto hasta la obsesión.
A este respecto, Artaud señala que el objeto del teatro “no es resolver conflictos sociales o psicológicos, ni servir de campo de batalla a las pasiones morales, sino expresar objetivamente ciertas verdades secretas, sacar a la luz por medio de gestos activos ciertos aspectos de la verdad que se han ocultado en formas en sus encuentros con el devenir”.
Teniendo pues en cuenta, que lo simbólico como manifestación de lo espiritual adquiere distintas formas, de acuerdo con las circunstancias históricas y culturales del momento para que pueda ser comprendido por la gente de ese tiempo, y la cadena de Conocimiento continúe transmitiéndose a través de los siglos, el teatro bien entendido, como hecho simbólico que es, también se adaptará naturalmente a las circunstancias temporales, vehiculando ideas espirituales y metafísicas a través de temas que se ajustarán a las preocupaciones de la época. Argumentos que siempre tienen como trasfondo el drama cósmico de la vida, donde las fuerzas naturales, el azar, la justicia o la providencia, por decir algunas de entre muchas, constituyen una trama que principalmente se fundamenta en ideas arquetípicas. El espectador tiene entonces la posibilidad de realizar distintas lecturas de lo que ve, dependiendo de su capacidad intelectual, desde la más literal, hasta la metafísica.
Peter Brook, autor y director teatral dice que Shakespeare es el modelo en este sentido: “Su objetivo es siempre sagrado, metafísico, pero nunca comete el error de permanecer demasiado tiempo en el nivel más alto. Sabía lo difícil que nos resulta mantenernos en compañía con lo absoluto, y por eso nos envía continuamente a tierra”.
En cualquier caso, recuperar el significado original del teatro, equivale a restaurar su carácter sagrado, cuya consumación desde esa perspectiva cumple una función indispensable para cualquier sociedad que se precie de civilizada.
Tal es el caso del teatro Balinés y el teatro Noh japonés (tendente a lo metafísico), que en oposición al teatro occidental (tendente a lo psicológico), nunca perdió su carácter ritual, en donde los actores representan las gestas que dioses y héroes mitológicos sostienen, asumiendo que con esta operación encarnan ciertas energías propias de estos dioses y héroes míticos. Los gestos y voces que se suceden, son la repetición de esos modelos ejemplares, es decir, que son un equivalente de aquellos gestos que por decirlo de alguna manera, los dioses realizan en tiempos pretéritos, estableciendo un modelo Ideal que sienta las bases de la cultura. Este hecho los convierte en sagrados y su reiteración periódica es regeneradora, pues nos devuelve a ese momento primigenio que entronca con lo eterno.
Participar en este acontecimiento es rememorar aquello que se encuentra en el propio tejido vital, lo que nos remite a un origen sagrado que durante la dramatización del Misterio es evocado por actor y espectador. Tanto el primero como el segundo se identifican con lo sagrado de una manera eficaz. A través de gestos y palabras simbólicas el actor personifica ciertas Ideas que por su naturaleza establecen un Orden prototípico. Cuando se produce en el espectador una receptividad sincera a este hecho, algo en él mismo despierta. El observador recupera la noción esencial de las cosas, se percibe a sí mismo como participante directo, se reconoce como parte de esas Ideas porque desde siempre han estado en él, o mejor, son él desde siempre, conformando su propio ser. Así es como se produce lo que se llama una catarsis, una purificación en el sujeto, que liberado de su yo individual, ya no experimenta la distinción entre el que ve y lo visto. Para él, los conceptos exterior e interior han devenido en una misma y única cosa: el Ser.
Para Artaud el modelo ideal de teatro es aquél que cumple una función trascendental, que trata temas cósmicos y universales a través de asuntos que se corresponden con las inquietudes del momento histórico: “Renunciando al hombre psicológico (...), el teatro de la Crueldad se dirigirá al hombre total y no al hombre social sometido a las leyes y deformado por preceptos y religiones (...). Considerar al teatro como una función psicológica o moral de segunda mano y suponer que hasta los sueños tienen sólo una función sustitutiva es disminuir la profunda dimensión poética de los sueños y del teatro. Si el teatro es, como los sueños, sanguinario e inhumano, manifiesta y planta inolvidablemente en nosotros, mucho más allá, la idea de un conflicto perpetuo y de un espasmo donde la vida se interrumpe continuamente, donde todo en la creación se alza y actúa contra nuestra posición establecida, perpetuando de modo concreto y actual las ideas metafísicas de ciertas fábulas que por su misma atrocidad y energía muestran su origen y su continuidad en principio esenciales”.
En este sentido, el Teatro de la Memoria que la Colegiata Marsilio Ficino viene desarrollando, nace como una forma que se adapta a estos tiempos, para expresar verdades de carácter universal, manifestando así un modelo pleno de significado que por simbólico vibra en diferentes planos.
Un acto sagrado y liberador, capaz de provocar rupturas de nivel gracias al impulso del espíritu que se manifiesta a través del drama de la vida con sus paradojas aparentemente irreconciliables.
Carlos Alcolea