Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

lunes, 9 de febrero de 2009

Dos textos encendidos

.


Hace un tiempo, el director de La Colegiata Marsilio Ficino publicaba en esta misma página una Carta donde decía:

"El nuestro es un teatro de actores y para actores así como el rito es fundamentalmente para aquellos que lo ejecutan..."

A tal tenor publicamos unos textos que nos han hecho llegar dos integrantes de La Colegiata, en esta ocasión, público y actriz del espectáculo que presentamos el miércoles 4 de Febrero en el Teatreneu de Barcelona en el Barrio de Gracia.
Y de nuevo la estructura del lenguaje conformó el canal por donde atravesar los distintos mundos que conforman al universo y a nosotros mismos.
Tras la representación en el Teatreneu muchos amigos y espectadores se acercaron a los componentes de La Colegiata para celebrar la alegría del rito compartido. Entre ellos Judith Capilla, quien por cierto participó en los ensayos preliminares de En el Útero del Cosmos, felicitó a los actores por su generosa interpretación. Fue Judith quien al llegar a su casa todavía transportada por el espectáculo presenciado, por su poesía, escribió estas palabras:
.

"Todos duermen en el silencio de la noche, y escribo buscando palabras para describir lo vivido: una obra de teatro en la que las palabras expresan lo inexpresable. Lo hacen. En espirales de colores enredadas en los temblorosos flecos de los birretes de los catedráticos en el primer acto. Cada vuelta de la espiral ilumina una partícula de nosotros y nos sorprendemos viéndonos de repente como motas de polvo danzando en un rayo de luz que se filtra por la ventana (¡cuánta belleza!). Palabras exactas lanzadas como flechas, una detrás de otra, sin errar y sin descanso. Los profesores hablan de lo de arriba y de lo de abajo, de confusiones y certezas. Hablan y hablan y los espectadores tratamos de escuchar cada palabra y aprehenderla como quien bebe agua en el desierto, sin perder una gota, porque sabemos que estamos compartiendo un acto de magia, y que la verdad brota generosa de la fuente en ese preciso instante. Recordamos, lejos o cerca por momentos y según cada cuál, que lo que es es así.

Segundo acto y en la fiesta las palabras concisas, las frases transparentes (pienso ahora sin embargo en el agua del mar, en las playas cristalinas y en la alta mar densa y oscura a fuerza de profundidad) se entremezclan con las intervenciones chocantes y poéticas a la vez de personajes como aquél ataviado para romper esquemas, el loco (y el bufón que se hace el loco) con su muñeca hinchable y su cara de lobo, el pariente hermético de Artaud, de los artistas que buscaron en su locura la verdad, en la reacción del espectador al espectáculo la reacción al mundo vulgar y convencional. En un momento dado, un brindis nos recuerda la posibilidad de unir lo disperso, todos los brazos levantados hacia la luz que transforma en oro el elixir con el que se celebra. Se baila, se ríe, se bebe, se realiza por un momento un encantamiento sin palabras, con el ritmo, la voz primitiva.Seguiríamos siempre, seguiremos, escuchando la misma verdad, expresada de todos los modos posibles, como facetas de la joya más preciosa, resplandeciente con el brillo cegador que nos hace abrir los ojos. Y cada vez será nuevo".



Y poco después recibimos este mail de Mireia Valls participante en la Obra:


"Después de la representación en el Teatreneu se han sucedido 3 días de silencio, de recordar en espiral involutiva todo lo vivido, retornando al centro, recorriendo percepciones, impresiones, imágenes, ideas de ese rito tan auténtico, fugaz, efímero en el tiempo. Un acto ya consumado, completo, que siguiendo el curso cíclico ahora se repliega sobre si mismo en su principio, para renacer totalmente renovado. “Todo lo renuevo”, leo en el Apocalipsis.

En verdad, en aquel día de Mercurio se produjo una de las indefinidas escisiones que permanentemente quiebran e intercomunican los mundos del Mundo, y el Mundo volvió a brillar sobre un sencillo escenario, frente al cual se congregó una pequeña gran multitud de asistentes. Sorteando dificultades, poniendo a favor las trabas de todo tipo que iban apareciendo hasta el último momento y conjugándolas con la fluidez de una corriente graciosa que también impregna cualquier trabajo hermético, tal el de esa noche, se abrió el telón y el Verbo fue desplegando un discurso que aún lucha por ser dicho a viva voz. La oración secreta y repetida día tras día por los actores en su escenario cotidiano y reservado, y en los ensayos grupales, se hizo eco en un teatro, en un espacio público en el corazón de un barrio de una gran ciudad, de un país de un continente de la Tierra, que gira alrededor de un sistema solar de una de las galaxias del Universo. Un punto minúsculo en la inmensidad del Cosmos. Un punto donde todo está contenido.

Muchos niveles de lectura coexisten en el acto teúrgico.

Apreciaciones que van desde las impresiones más externas, aparentemente sueltas, como vivencias que para unos son así y para otros no, aunque todo en realidad está bien entretejido. Cosas físicas y anímicas, nervios o serenidad, el fuerte latido del corazón, ver que todo esté donde debe estar, el mobiliario, el vestido, las luces. La sala vacía a las nueve menos diez: ¿Acudirá alguien a la cita? Primeras voces de público, ya son 80, ahora 100, y más; murmuraciones del texto tras el telón, respiraciones profundas. Se hace el silencio y enseguida suena la música de entrada, y se hila el discurso, potente, vivido, con alguna omisión, pero con fuerza, mucha fuerza e intensidad, también pequeños cambios, olvidos, pero no hay toses del público, aunque sí la llamada de algún celular, y las palabras siguen lanzándose como dardos al centro de la diana. Atención, perplejidad, compenetración, unión y distancia, luz envolvente, de blanca a dorada, rigor y gracia. Hay quien se levanta y se marcha a media función, aunque también se vislumbran muchos rostros atentos en la penumbra de la platea, oídos abiertos, corazones receptivos, y al final aplausos de ida y de vuelta, risas, conocidos que se acercan a saludar, a agradecer, a reconocer, a opinar, y otros, muchos, se van, caras nuevas que ni se sabe que habrán “pillado”, ni jamás se sabrá, o sí, en todo caso el gesto de sembrar se ha realizado. Alegría cuando la sala se vacía, brindis de la Colegiata con algunos amigos que se han incorporado, por la obra, por el autor, por Hermes. El rito ya fue, como un suspiro. Llamada desde la isla, agradecimiento y felicitación. Nos vamos con los bártulos y aquí no pasó nada y pasó todo.

.
Hay pequeños focos abiertos en dos o tres escenarios para la transmisión del Pensamiento a través de esta forma teatral. Las estrategias de guerrilla urbana de los que están al pie de la batalla aprovechan todas las posibilidades para infiltrar el elixir de inmortalidad en medio de la gran densidad. Al día siguiente la nota bellísima de quien se ha impregnado del mensaje, algunos otros correos electrónicos con felicitaciones, preguntas, manifestaciones de asombro o de incomprensión, fotos; llamadas sobre liquidación de ganancias, ofrecimiento del espacio para nuevos eventos…
.

Pero hay otros planos simultáneos. Sobre el escenario los actores dejan de ser simples mortales y los dioses abandonan el empíreo y bajan a la tierra. Ese texto alumbrado por el teúrgo hace muchos años, compuesto y recompuesto en su chistera para ser interpretado, repetido y repetido en el plató interno del alma de cada personaje que ha ido penetrando sus entretelas, conectándolo con los otros parlamentos, ascendiendo y descendiendo de este modo por la escala de la conciencia cósmica, operando una lenta transmutación, que atañe a cada uno de los miembros de la entidad y por tanto a la entidad entera. Se le ha visto la cara a la impostura, al “cuento”, a la estupidez, a la idolatría, a la vanidad, al manejo de lo pequeño, para ir dejando cada vez más al descubierto la faz de una verdad encarnada, que ahora brilla sobre las tablas del teatro, tal cual es, así de sencilla y compleja, directa y arcana, oculta y desvelada.

Los actores se han dejado modelar por las palabras que pronuncian, por un diálogo que establece el Ser consigo mismo poniendo en danza a sus atributos, los dioses, a los que hace pronunciar el relato actualizado de la cosmogonía. Y a medida que el actor la actúa se hace uno con ella, lo más que humano aflora, toca la fibra sensible, el órgano auditivo, y a la vez lo tangible parece que se disuelve para devenir sólo luz y sonido, y ni eso, o todo eso contenido en el Silencio preexistente. Cada vez se es más esta realidad que religa la anécdota periférica con la idea desnuda, que en otro plano es carga emotiva, todo ello contenido en el arquetipo que sale del punto que es pura potencia. Los actores entregan su voz a la voz de los dioses y éstos toman ciertas formas sutiles y concretas con nombres y gestos particulares para seguir derramando su esperma, su lluvia de oro, su sangre caliente con la que fecundan y renuevan el mundo. Una hierogamia y una teofanía. Un rito de unión de lo que repta con lo que vuela; de la tierra, el hombre y el cielo.


Esta Colegiata, que por momentos se hace visible, aparece y escenifica “ciertos ritos mágicos” y luego desaparece, sigue actuando en la vida clandestina de sus integrantes, que ya no viven la existencia en compartimentos estancos, sino en su unidad indisoluble y jerárquica. La Colegiata es un símbolo del Pensamiento y sus proyecciones, como lo son otros de los ámbitos donde se transmite la doctrina hermética, en consonancia con el rito interno y cotidiano de cada cual. Se vive inmerso en un mundo simbólico y uno es sólo un símbolo, cuya energía se renueva a cada instante. ¿Qué nuevo trabajo nos espera?"

.

No hay comentarios: