Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

lunes, 24 de mayo de 2010

La Partida de Oca

.
.
(En el escenario tan sólo hay una mesa y una silla. De repente, dos grandes dados son arrojados desde ambos lados del teatro. El protagonista sale a escena ataviado con una capa de peregrino, se ayuda de un bastón para caminar y porta un tablero del juego de la Oca en la otra mano que deposita sobre la mesa. Se sitúa tranquilamente entre los dados y empieza su parlamento).

En verdad participo en el juego desde siempre, aunque en ocasiones no he sido consciente de la gracia del asunto. Le he dedicado mis últimos esfuerzos, y ahora más que nunca sigo enfrascado en la batalla a la que hemos sido invitados.

¿Cómo jugar? Es fácil. En sí, es un recorrido hasta el centro, jalonado de pruebas que se revelan a medida que se avanza por los anillos de la serpiente. Aunque bien es cierto que también se recibe ayuda, pues sin ella sería imposible seguir el norte de nuestra brújula interna.

El itinerario me lo han soplado unos amigos (con tono de complicidad hacia el público y mostrando entusiasmo al afirmar insistentemente con la cabeza), sabios de todas épocas y lugares que no han hecho sino describirnos exactamente una misma y sencilla idea. Pero incluso si eso no fuese suficiente, los juegos que practicábamos de niños, que son legados de culturas tradicionales precedentes, reproducen a la perfección este peregrinaje, pues por su potente valor simbólico son capaces de revelar una armonía que no es sino el reflejo de su cosmogonía, y gracias a su carácter inocente han sobrevivido cientos o miles de años, continuando vivos en las civilizaciones que les sucedieron. Aunque también es verdad que el sa-be-lo-to-do del hombre moderno ha conseguido variar las reglas de casi todos ellos, lo suficiente como para que algunas de las claves hayan sido aniquiladas de la partida.

Tomemos la Oca por ejemplo. Su antepasado es un juego de índole sacerdotal practicado en Egipto, y la versión que conocemos deviene de un regalo de la familia Médici a Felipe II. Pues entre otras atrocidades, la casilla central que nunca tuvo nombre ni número, y a la que se accedía pasando el umbral de las columnas de la número 63, la han pulverizado, así que ahora, ¡arrea!, ya tiene número, y nombre. ¿El 64? (Tono burlesco, irónico). ¡Quisiéramos, qué va! ¡El 63 y bien grande! Caramba, qué listos, no conciben la importancia de lo invisible, de lo intangible.

(Observa los dados mientras habla). Los dados marcan la pausa del juego, debemos abandonarnos a su jerarquía interna, pero lo que es seguro es que aunque se crea lo contrario uno no bien sabe ni donde está, ni cuando se va a enfrentar con el próximo reto; también qué importa eso cuando la única pasión es llegar al centro de la espiral.

Es un juego bien curioso, pues en el reconozco el devenir descrito en los antiguos textos sapienciales, verdaderos despertadores que incitan al viaje. (Da un golpe seco con su bastón en el suelo y se concentra). Si me lo permiten les contaré lo que acontece durante el rito de la partida que me dispongo a vivificar. (Tira los dados). Ya en la primera tirada atravesamos el umbral que signan las dos columnas, por supuesto ya exterminadas de los tableros modernos; son las piernas de la madre parturienta, y atravesarlas supone el comienzo del juego. (Hace como que cruza una puerta invisible). En otro sentido separan lo profano de lo sagrado como si de un templo se tratase. Acabamos de entrar en el tablero de juego y lo que vean a partir de ahora pertenece a un tiempo y espacio otro. (Observa el resultado obtenido). ¡Seis! ¡El puente! Buen augurio, esto me llevará directamente a la casilla doce; es un símbolo que siempre me hace recordar mi función como hombre, ¡pontífice capaz de unir el cielo y la tierra para ser en verdad! (Eufórico observa su báculo que está en una perfecta vertical, tras una pausa arroja de nuevo los dados). ¡Siete! Vaya, directo a la Posada. Bueno, aquí me va a tocar parar y pagar; en fin, el descanso es necesario ¿no les parece? Es la concentración que antecede a la expansión, y de paso te quitas algunas cosas que cogiste y que no eran tuyas. Si es que todo puede ser bueno o malo según se mire, se debería aceptar las cosas tal como vienen pues ellas forman parte de la estrategia.

(Tras lo dicho aprovecha para quitarse la capa de peregrino que deja sobre el respaldo de la silla. La ropa que viste debajo es de vivos colores, similar a la del Loco del Tarot).

Vuelvo a tirar. (Tira de nuevo y observa el resultado). ¡Ocho! A ver qué pasa, casilla 27… (Grita con júbilo). ¡Oca! ¡Qué gran aliado durante el juego! Bendito animal que domina los tres reinos, del que ya Aristóteles afirmaba que era capaz de vencer a la serpiente. Así que ¡de Oca a Oca y tiro por que me toca! Llegué a la 32. Uff, esta vez el pozo quedó atrás. Es un descenso al infierno de nuestro psiquismo, necesario en todo rito iniciático, como éste; de aquí no se puede salir sin ayuda, así que es importante vaciarse lo más posible para asirse con la fuerza de un recién nacido a la escala que las musas nos arrojan. (Melancólico). ¡Ay, tantas almas yerran en el fondo de los pozos de la vida!

(Vuelve a tirar). Cinco y cinco, diez. (Cuenta con atención, y dice con resignación). Qué suerte la mía, derechito al laberinto. (Apoya el bastón sobre la mesa y realiza una danza circular por todo el escenario a la par que parece guiarse por un hilo invisible que sostiene en sus manos sin el cual se extraviaría, está fuera de sí y canta):

“Atrapado en la caverna de sombras,
el Minotauro abre sus oscuras fauces,
virtuosa Ariadna vela porque mis manos
no suelten el sutil hilo de la esperanza.”

(Derrotado, va a caer hacia el suelo junto a la mesa, pero su bastón allí apoyado le sirve de sostén. Se sienta turbado en la silla y tras una pausa se levanta lentamente, aunque sigue fuera de sí). El trabajo es siempre interior, ciertamente creo que nunca conseguí victoria en esta batalla; pero la lucha ni mucho menos ha concluido, sólo espero tener fuerzas para que alguna vez, acaso por aburrimiento, el monstruo esté dormido y pueda aniquilarlo para proseguir mi camino.

(Pausa, respira hondo y ya más relajado observa de nuevo el tablero). ¡Ah, la partida! ¿Cómo iba? Sí, retrocedí a la casilla 39; bueno, prosigamos. (Tira de nuevo los dados). ¡Siete! Mira, esta vez el laberinto quedó atrás. ¿Dónde estoy ahora? Claro, la 46; parece que aquí no pasa nada, (con tono desconfiado) ¡ni me lo creo! (Vuelve a contar). Pues sí, esto debería ser lo normal durante la partida, pero en verdad lo peor es cuando durante varias tiradas no ocurre nada significativo, dejas de estar vigilante y se te cuelan de nuevo. Bueno, a ver que pasa ahora. ¡Cinco! Claro, después de la calma viene la tormenta, ¿o es al revés? Derechito a la Cárcel. (Vuelve a producirse una transformación, encoge sus brazos y piernas como si algo lo estuviese oprimiendo, sopla con fuerza como queriendo derribar un castillo). Es el castillo de irás y no volverás, sólo los héroes pueden esquivar a Caronte. ¿Qué ocurre? ¡No veo nada... y (pausa) acaso estoy hablando o pienso en voz alta! (Se mueve y pierde la perspectiva del público, el cual le queda a un lado). Esta pérdida me asusta; sin embargo me encuentro tan bien… (Recita los versos de Santa Teresa todavía de medio lado pero con absoluta solemnidad).

“Esta divina prisión del amor con que yo vivo, hace a Dios ser mi cautivo, y libre mi corazón; mas causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero... ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel y estos hierros en que el alma está metida!...”

(Deambula de un lado a otro del escenario, con actitud introspectiva, finalmente de nuevo vuelve al centro del escenario).

Estamos muy cerca del final, ¿lo conseguiré esta vez? A partir de la casilla 58 la dualidad de los dados llegará a su fin, ¡sólo se juega con uno! Ya no me acecharán más fantasías, me encomendaré a la Gracia para dar con la tirada exacta y conquistar el centro de la espiral, de mí mismo, donde se encuentra el origen y destino de todo lo creado, el Huevo que partiré con una espada llameante, para más allá del juego recuperar la Libertad. (Vuelve al tablero). Bueno, un poquito de suerte. (Tira los dados). ¿A ver? ¡Nooo! Me segó la Muerte. (Toca su cuello como si le hubiesen dado un corte y habla con dificultad). Ser o no ser, todo se reduce a eso; lo que se siembra no revive si no muere, y aunque continúe atado a la Rueda del Samsara ansío volcar mi copa para vaciarla de esta farsa.

(Tras una pausa vuelve a su estado habitual).

Sigo atrapado en el juego, pero la partida no ha concluido, sólo tengo que aprender a salir de él. Pero esta vez el punto de partida no es exterior, el bello canto pre-mortuorio del cisne me ha conducido hasta la casilla número uno del tablero; y quizá por vez primera contemplo el Principio del Fin.

(Telón).

Pedro Abío

jueves, 13 de mayo de 2010

Recordando

. .
(Una mujer se dispone a regar las plantas del balcón de su casa con una regadora de aluminio. Lleva una gorra blanca en la cabeza para protegerse del sol. Hace calor. Todas las plantas son imaginarias excepto una que se encuentra sobre una pequeña mesa cercana a una silla de madera oscura.
Mientras va regando las plantas, tararea una melodía que termina por ser un puente de unión con los recuerdos que acuden a su mente relacionados con la evolución de su propio mundo interior y empieza a expresarlos en voz alta, en un tono más bien intimista y reflexivo).

No conozco el porqué, ni tampoco el cuando ni el cómo del despertar de mi conciencia.

El sembrador de semillas, esparció “la Palabra más que luminosa”, que fue a caer en la fértil tierra del corazón.

Y el viento del espíritu, que sopla donde quiere, quiso misteriosamente llegar a él y fecundar la semilla de la Palabra esparcida. Y escuché su voz, aunque no sabía ni de dónde venía ni a dónde iba.

Y mi pequeña individualidad se estremeció. El fuego prendió y, en un instante, su luz, su fuerza y su calor me transportaron más allá del tiempo y del espacio a otra realidad simultánea a la mía, donde conocí el Amor. Aunque solo fuera a través del destello de una fugaz chispa que alumbró por un instante eterno la totalidad de mi ser y más allá de él.

(Cambio de tono. Descriptiva).

Y así crecí, sintiéndome extranjera en el mundo donde me había tocado vivir, desubicada de la rutina y de las banales expectativas de todo lo que me rodeaba. Mi cotidianidad se llenó de una profunda melancolía que penetró cada partícula de mi ser secuestrando su energía.

Me aislaba. Prefería impregnarme del perfume de una flor, y contemplar con asombro la belleza y el color de sus pétalos, antes que ceder a la vorágine sin sentido que me proponía “lo socialmente correcto”. No había nada comparable con la melodía escondida en el limpio y renovado silencio de la madrugada.

(Cambio de registro. Más energética).

Viajé incansable por los parajes invisibles y arriesgados de los mundos interiores, siempre a contracorriente. Subiendo y bajando por la rueda de la esperanza y la desesperanza, creyendo haber encontrado lo que instantes después perdía. Debatiéndome entre certezas y dudas, entre pasiones desbordadas y calmas serenas. Perdiéndome hasta volverme a encontrar.

Y se hicieron imprescindibles el silencio y la soledad simbolizados por las cuatro paredes de una pequeña habitación que elevé a la categoría de templo. Allí vivía y alimentaba mi espíritu, escribiendo, leyendo e invocando la Luz.

Allí dormía y despertaba. Allí fue donde se reveló el valor del símbolo en mi corazón, único alimento que sació por momentos el hambre y la sed de conocimiento. El símbolo, como idea-fuerza para trascender lo banal y acceder “a lo más alto”.

Me abrí a la belleza extática del Conocimiento entretejida con los dorados hilos de la sabiduría contenida en los libros poéticos y sapienciales. Todo ello iluminaba, alimentaba y expandía mi conciencia, y me permitía ir recordando y recomponiendo, poco a poco, aquel esbozo apenas reconocible de quién era yo en realidad.

Se hizo necesario profundizar, extraer lo sagrado de lo profano. Disolver y coagular la materia prima, una y otra vez hasta liberar de ella la esencia, lo inmutable y eterno, aquello que no varía, lo que no tiene principio ni fin porque nunca ha nacido ni nunca morirá.

Y me puse “manos a la obra”, con el ansia adolescente por desvelar “lo oculto” cuanto antes, sumergiéndome en la lectura de innumerables libros, buscando respuestas a preguntas ni siquiera formuladas en múltiples métodos y personas anónimas en los que volcaba todas mis expectativas.

Pretendidos y autoproclamados maestros de ego inflado, espejos vacíos del verdadero amor, coexistieron con sabios de corazón humilde y situaciones fugaces y llenas de luz. Tenía prisa por llegar, por terminar el proceso. ¿Llegar, dónde? ¿Terminar, qué?

(Enfática).

¡Como si esta obra tuviera un principio y un fin! ¡Como si se desarrollara en la progresiva horizontalidad del tiempo profano! ¡Como si el Misterio pudiera atraparse o encasillarse en la encorsetada, rígida y limitada estructura de la mente!

La oración del corazón y los silencios plenos se alternaban con las frontales limitaciones de mi soberbia ignorancia. Y descubrí que existía la luz y la oscuridad en mí. Desperté a la imagen grotesca, ridícula y dolorosa de mí misma cohabitando con la certeza de mi ser trascendente. Y renací a la plena conciencia de la fe como el mayor de los dones.

En la pantalla de mi mente se iban proyectando imágenes llenas de significado. Imágenes-símbolo que vinculaban “lo de arriba con lo de abajo”, lo eterno con lo caduco.

La imagen del árbol, el orden y la sabiduría que se expresan en la Naturaleza, la parte como imagen del Todo, el útero vacío conteniendo en él la potencialidad de nuevas vidas, el proceso de la fecundación y el despliegue de la poderosa energía del amor que, siguiendo un orden perfecto y jerárquicamente establecido, culmina en la mágica manifestación de un nuevo ser.

Tuvieron que pasar todavía muchos años antes de que todas estas imágenes encontraran su origen y su síntesis en la tierra oculta del Agartha.

Y supe entonces de la existencia de la Cadena Aurea, esa cadena de unión formada por hombres y mujeres que desde el principio de los tiempos, han ido encarnando y actualizando las ideas de la Tradición, las han revivido y unificado en ellos transmitiéndolas de generación en generación, de civilización en civilización.

(Se sienta en el silloncito y suspira aliviada).

Y dejé de luchar. Se había cerrado un ciclo y sus estertores finales contenían la semilla de un principio insospechado. Dejé de pelearme con la divinidad por haberme exiliado sin mi aparente consentimiento. Todas las pruebas y dificultades del camino fueron adquiriendo sentido. Las negras noches del alma se revelaron como inevitables precursoras de la luz.

Dejé de querer controlar mi presente y de anticipar mi futuro. Entendí que el orden y la jerarquía del cosmos –conteniendo en sí mismo el desorden y el caos– lo hacían, sin duda, mucho mejor que yo, y me puse con determinación a la orden y al servicio de la divinidad.

(Se levanta y se queda en pie, de cara al público).

“Un camino de mil millas empezaba ante mis pies”, un camino que avanzaba hacia la Vida y hacia la Luz, y que, sin embargo, no estaba exento de riesgos, de confusión o de dolor. En este sendero los enemigos son muchos y el peor de todos es, sin duda, uno mismo. Imposible dejar de contar con nuestra capacidad de autoengaño y manipulación. Imposible menospreciar el ansia vanidosa de la mente.

(Breve silencio para marcar el paso del discurso en tiempo pasado a presente).

El único deseo que habita mi alma es el de ser absorbida por el Principio hasta la total identificación con El. Trascender la dualidad y devenir Uno y conocer el Ser, nuestro Sí mismo que El simboliza, para desde allí ser catapultada hasta desaparecer en la Nada, en “el oscuro más que luminoso” que le precede. En el No-Ser.

(Cambio de registro. Descriptiva).

El cosmos y todo lo que él contiene, lo que se manifiesta, y lo que en él es potencial, su expansión y su contracción, son un símbolo de la Unidad, y nosotros, su exacto modelo a escala.

(Se adelanta hasta la boca escénica y se dirige al público).
Estamos representando un papel en el teatro de la vida. Pero desconocemos que además de la máscara que nos cubre el rostro y del personaje que nos ha tocado caracterizar, somos, contenemos y soportamos, a todos los actores de la obra al mismo tiempo.

(Telón).

Ester Torrella