Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

jueves, 13 de mayo de 2010

Recordando

. .
(Una mujer se dispone a regar las plantas del balcón de su casa con una regadora de aluminio. Lleva una gorra blanca en la cabeza para protegerse del sol. Hace calor. Todas las plantas son imaginarias excepto una que se encuentra sobre una pequeña mesa cercana a una silla de madera oscura.
Mientras va regando las plantas, tararea una melodía que termina por ser un puente de unión con los recuerdos que acuden a su mente relacionados con la evolución de su propio mundo interior y empieza a expresarlos en voz alta, en un tono más bien intimista y reflexivo).

No conozco el porqué, ni tampoco el cuando ni el cómo del despertar de mi conciencia.

El sembrador de semillas, esparció “la Palabra más que luminosa”, que fue a caer en la fértil tierra del corazón.

Y el viento del espíritu, que sopla donde quiere, quiso misteriosamente llegar a él y fecundar la semilla de la Palabra esparcida. Y escuché su voz, aunque no sabía ni de dónde venía ni a dónde iba.

Y mi pequeña individualidad se estremeció. El fuego prendió y, en un instante, su luz, su fuerza y su calor me transportaron más allá del tiempo y del espacio a otra realidad simultánea a la mía, donde conocí el Amor. Aunque solo fuera a través del destello de una fugaz chispa que alumbró por un instante eterno la totalidad de mi ser y más allá de él.

(Cambio de tono. Descriptiva).

Y así crecí, sintiéndome extranjera en el mundo donde me había tocado vivir, desubicada de la rutina y de las banales expectativas de todo lo que me rodeaba. Mi cotidianidad se llenó de una profunda melancolía que penetró cada partícula de mi ser secuestrando su energía.

Me aislaba. Prefería impregnarme del perfume de una flor, y contemplar con asombro la belleza y el color de sus pétalos, antes que ceder a la vorágine sin sentido que me proponía “lo socialmente correcto”. No había nada comparable con la melodía escondida en el limpio y renovado silencio de la madrugada.

(Cambio de registro. Más energética).

Viajé incansable por los parajes invisibles y arriesgados de los mundos interiores, siempre a contracorriente. Subiendo y bajando por la rueda de la esperanza y la desesperanza, creyendo haber encontrado lo que instantes después perdía. Debatiéndome entre certezas y dudas, entre pasiones desbordadas y calmas serenas. Perdiéndome hasta volverme a encontrar.

Y se hicieron imprescindibles el silencio y la soledad simbolizados por las cuatro paredes de una pequeña habitación que elevé a la categoría de templo. Allí vivía y alimentaba mi espíritu, escribiendo, leyendo e invocando la Luz.

Allí dormía y despertaba. Allí fue donde se reveló el valor del símbolo en mi corazón, único alimento que sació por momentos el hambre y la sed de conocimiento. El símbolo, como idea-fuerza para trascender lo banal y acceder “a lo más alto”.

Me abrí a la belleza extática del Conocimiento entretejida con los dorados hilos de la sabiduría contenida en los libros poéticos y sapienciales. Todo ello iluminaba, alimentaba y expandía mi conciencia, y me permitía ir recordando y recomponiendo, poco a poco, aquel esbozo apenas reconocible de quién era yo en realidad.

Se hizo necesario profundizar, extraer lo sagrado de lo profano. Disolver y coagular la materia prima, una y otra vez hasta liberar de ella la esencia, lo inmutable y eterno, aquello que no varía, lo que no tiene principio ni fin porque nunca ha nacido ni nunca morirá.

Y me puse “manos a la obra”, con el ansia adolescente por desvelar “lo oculto” cuanto antes, sumergiéndome en la lectura de innumerables libros, buscando respuestas a preguntas ni siquiera formuladas en múltiples métodos y personas anónimas en los que volcaba todas mis expectativas.

Pretendidos y autoproclamados maestros de ego inflado, espejos vacíos del verdadero amor, coexistieron con sabios de corazón humilde y situaciones fugaces y llenas de luz. Tenía prisa por llegar, por terminar el proceso. ¿Llegar, dónde? ¿Terminar, qué?

(Enfática).

¡Como si esta obra tuviera un principio y un fin! ¡Como si se desarrollara en la progresiva horizontalidad del tiempo profano! ¡Como si el Misterio pudiera atraparse o encasillarse en la encorsetada, rígida y limitada estructura de la mente!

La oración del corazón y los silencios plenos se alternaban con las frontales limitaciones de mi soberbia ignorancia. Y descubrí que existía la luz y la oscuridad en mí. Desperté a la imagen grotesca, ridícula y dolorosa de mí misma cohabitando con la certeza de mi ser trascendente. Y renací a la plena conciencia de la fe como el mayor de los dones.

En la pantalla de mi mente se iban proyectando imágenes llenas de significado. Imágenes-símbolo que vinculaban “lo de arriba con lo de abajo”, lo eterno con lo caduco.

La imagen del árbol, el orden y la sabiduría que se expresan en la Naturaleza, la parte como imagen del Todo, el útero vacío conteniendo en él la potencialidad de nuevas vidas, el proceso de la fecundación y el despliegue de la poderosa energía del amor que, siguiendo un orden perfecto y jerárquicamente establecido, culmina en la mágica manifestación de un nuevo ser.

Tuvieron que pasar todavía muchos años antes de que todas estas imágenes encontraran su origen y su síntesis en la tierra oculta del Agartha.

Y supe entonces de la existencia de la Cadena Aurea, esa cadena de unión formada por hombres y mujeres que desde el principio de los tiempos, han ido encarnando y actualizando las ideas de la Tradición, las han revivido y unificado en ellos transmitiéndolas de generación en generación, de civilización en civilización.

(Se sienta en el silloncito y suspira aliviada).

Y dejé de luchar. Se había cerrado un ciclo y sus estertores finales contenían la semilla de un principio insospechado. Dejé de pelearme con la divinidad por haberme exiliado sin mi aparente consentimiento. Todas las pruebas y dificultades del camino fueron adquiriendo sentido. Las negras noches del alma se revelaron como inevitables precursoras de la luz.

Dejé de querer controlar mi presente y de anticipar mi futuro. Entendí que el orden y la jerarquía del cosmos –conteniendo en sí mismo el desorden y el caos– lo hacían, sin duda, mucho mejor que yo, y me puse con determinación a la orden y al servicio de la divinidad.

(Se levanta y se queda en pie, de cara al público).

“Un camino de mil millas empezaba ante mis pies”, un camino que avanzaba hacia la Vida y hacia la Luz, y que, sin embargo, no estaba exento de riesgos, de confusión o de dolor. En este sendero los enemigos son muchos y el peor de todos es, sin duda, uno mismo. Imposible dejar de contar con nuestra capacidad de autoengaño y manipulación. Imposible menospreciar el ansia vanidosa de la mente.

(Breve silencio para marcar el paso del discurso en tiempo pasado a presente).

El único deseo que habita mi alma es el de ser absorbida por el Principio hasta la total identificación con El. Trascender la dualidad y devenir Uno y conocer el Ser, nuestro Sí mismo que El simboliza, para desde allí ser catapultada hasta desaparecer en la Nada, en “el oscuro más que luminoso” que le precede. En el No-Ser.

(Cambio de registro. Descriptiva).

El cosmos y todo lo que él contiene, lo que se manifiesta, y lo que en él es potencial, su expansión y su contracción, son un símbolo de la Unidad, y nosotros, su exacto modelo a escala.

(Se adelanta hasta la boca escénica y se dirige al público).
Estamos representando un papel en el teatro de la vida. Pero desconocemos que además de la máscara que nos cubre el rostro y del personaje que nos ha tocado caracterizar, somos, contenemos y soportamos, a todos los actores de la obra al mismo tiempo.

(Telón).

Ester Torrella

No hay comentarios: