Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El teatro dentro del teatro

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Unos personajes de los que se habla En el Tren “una familia cargada de maletas en un parque”, andan buscando el escenario verdadero, convencidos de que “la vida no puede ser esto”. Y es que la vida no es este ensayo insignificante, este rodar incesante de tedios, de melancolías y fervores que se consumen a sí mismos. Hasta que nos damos cuenta, casi sin saberlo, de que tras la apariencia de lo caótico y absurdo “tenemos como base el puro azar de la Inteligencia Universal”. De que participamos en un orden misterioso y estamos haciendo “una obra de teatro dentro del teatro, que en esto consiste la naturaleza del ser humano y el trabajo para lograr autogenerarse”.
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Entonces cualquier ámbito será el auténtico escenario, y nuestra actuación significante. Contemplación y acción unificadas desde el escenario del pensamiento.


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El Mercader de Venecia de W. Shakespeare
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Reproducimos unos "teatritos para niños", unos "entretenimientos" que llegaron a muchos hogares durante el siglo XIX y principios del XX en centroeuropa, y especialmente también en Cataluña gracias a editoriales como Paluzie y Seix Barral, pequeñas maravillas que hoy son piezas de coleccionista, de museo.
Tal vez muchos de nosotros tuvimos la ocasión de cultivar nuestra imaginación jugando con ellos. Situándonos fuera y dentro de sus proscenios, manipulando sus tramoyas plegables, recortando decorados y personajes, y simplemente observándolos. Viviendo el teatro dentro del teatro.
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La Fierecilla Domada de W. Shakespeare
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Lohengrin de R. Wagner

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¡Feliz Año 2011!




miércoles, 1 de diciembre de 2010

EN EL TREN

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Mientras en La Colegiata seguimos ensayando la última obra de Federico González "En el Tren" que estrenaremos la próxima primavera, les invitamos a leer esta espléndida reseña que nos ha hecho llegar Francisco Ariza:
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De la trilogía compuesta por Lunas Indefinidas, El Tesoro de Valls y En el Tren, quizás sea esta última obra la que tenga un mayor contenido doctrinal, o mejor, donde se hace más explícito ese contenido. Ya no se trata de candidatos que pretenden ingresar en una “Academia de Conocimiento” como en Lunas Indefinidas, o de quienes habiendo tomado contacto con la Ciencia Sagrada en un momento dado de sus vidas finalmente la han abandonado atraídos por las “riquezas” y “brillos” de este mundo, como es el caso del personaje principal de El Tesoro de Valls; en cambio, aquí estamos en presencia de hombres y mujeres que llevan tiempo comprometidos con la Enseñanza, y se han entregado a ella cada uno en la medida de sus posibilidades, teniendo como soporte el antiquísimo oficio del teatro:

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Minnie – Al subir, una señora me preguntó: ¿Quiénes son ustedes?
– Una tropa de actores, le respondí.
–¿De comedia?, inquirió.
– Sí, le dije, sí, lo entendemos como la divina comedia, pues somos estudiantes del arte de la memoria.
– No comprendo. ¿Y qué es lo que les une?, interrogó.
– Que el todo no es la suma de sus partes, contesté sin vacilar.
– Eso lo sabe cualquiera, contestó a su vez.
– Pero nosotros tenemos que estudiarlo pacientemente, le dije.

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En efecto, los protagonistas de En el Tren son actores que toman su oficio como vehículo de su realización metafísica, ejercitando para ello el arte de la memoria convencidos de que esa realización consiste esencialmente en ir rememorando, pacientemente, nuestro origen suprahumano. Ellos han sido invitados a pasar un fin de semana en una convención, para lo cual realizan su viaje en ese medio de transporte. Pero no se trata de un viaje cualquiera, sino de un “viaje de estudios”, y el tren se convierte entonces en el escenario[1] donde se efectúan esos estudios en forma de pláticas y comentarios entre todos ellos, llegando a representar así “una obra de teatro dentro del teatro”, como dice Max, uno de los actores, quien añade que:
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en eso consiste la naturaleza del ser humano y el trabajo para lograr autogenerarse, o sea, para hacerlo.

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Se hace manifiesta aquí de nuevo la idea de la representación teatral como una imagen de la vida humana, que se desarrolla dentro de un teatro mucho más grande que es el mundo, siendo dentro de ese “escenario”, de ese marco en que hemos sido paridos, donde debemos regresar, entrando por la “puerta de los hombres”, al útero materno, que en este caso es nuestra propia alma, y allí morir para renacer, o autogenerarse, es decir “salir” justamente de ese escenario de moviola recurrente y volver al origen “para desembarazarnos de la circunferencia”,[2] como se afirma en un momento determinado.
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De hecho, el tren donde viajan semeja un athanor,[3] pero en este caso un “athanor grupal”, si se nos permite la expresión, y en este sentido podríamos decir que toda la obra deviene una especie de “rito colectivo” en donde de algún modo cada cual va recapitulando sus años en el camino del Conocimiento, exponiendo sus logros en él, y sus esperanzas. Pero también van aflorando las limitaciones propias de lo humano, las preguntas incontestadas, las dudas que emergen, las vacilaciones y los fracasos,[4] que fortalecen y templan:
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Max – (Desde la segunda fila). Este es el quiebre de todos los paraísos infantiles que creíamos lo más cercano a la felicidad, a lo que imaginábamos como nuestra identidad.
Minnie – ¡Ay mundo!, cuánto nos has engañado. ¡Ay familia!, nos has enseñado todo mal. Andá a cantarle a Gardel…
Max – (De pie desde la fila de atrás). Nadie nos ha preparado.
Instructora – Es una cruda, comerse el steak tartar de los sueños de uno mismo, de todas sus proyecciones quebradas en mil pedazos, deshecho todo su juego de sombras… (silencio) y luces, falsas iluminaciones que proyectaban estos ideales muertos.
Max – (Desde la segunda fila). Imposible negar que nos lo creíamos, tristes despojos enterrados con lamentos porque hasta el fin pensamos que eso era nuestra identidad. Un vestido alquilado a la empresa de la vida.
Marta – (De pie desde la segunda fila). Al gran empresario, al estafador, al dios tramposo, al bandido que nos induce los sueños que nos procuran los sentidos, es decir, a aquel que también somos nosotros mismos.
(...)
Minnie – Y no hay nadie que conteste, que corrija mis aseveraciones. ¿Quién es el que pregunta y quién el que responde? ¿Qué es lo que se enuncia y qué debería ser lo enunciado?
Julia – Aquello desconocido. (Pausa).
Enrique – (Desde la primera fila). Se llama la frontera del silencio, del misterio, aquí nace la raíz del que revela lo oculto.
Minnie – Dicen los chinos que lo único permanente es el movimiento.
Max – Queremos tocar lo inasible. ¿Cómo podemos ser individuos tan descompuestos?
Pausanias – Es la ignorancia, amigo.
Minnie – Y el no poder aceptarla pues hay que seguir creyendo en el juego del tira y afloja, en el permanente ir y venir, entre el uno y el otro.

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La obra comienza con el juego de la “confusión de lenguas” y las “parajodas”, es decir por el caos de posibilidades, y poco a poco va emergiendo un orden en el discurso a lo largo del cual se van desplegando todo un rosario de expresiones relacionadas con el poder transformador del símbolo,
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Pausanias – No te preocupes, por algo será. Todas las cosas toman formas aparentes pero en ellas se ocultan significados auténticos.
Alberto – Sí, apoyo totalmente esto último que has dicho y esos significados son los que debemos leer. De hecho estamos siguiendo esta enseñanza precisamente para ello.
Josefina – Debemos practicar constantemente, permanentemente alertas para desentrañar el significado de los símbolos.

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Esto es, debemos vivir, experimentar, esos significados, desentrañarlos en nosotros mismos; ellos son los jalones que van indicando el camino hacia nuestra identidad.
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Instructora – Parecemos niños, lo único que falta es que abramos las canastas del picnic.
Enrique – No lo creo, todos estos son sabios en ciernes. ¡Que Zeus los libre de los males, y de todos ellos el peor, o sea de la tontera que siempre anda rondando y buscando sus víctimas.
Minnie – No seas tan pesimista.
Enrique – No se trata de ser pesimista u optimista, sino de atenerse a la realidad de lo que ven nuestros ojos. En definitiva, lo que termina diciendo la experiencia.
Instructora – No vamos a discutir lo que ha sido obvio para nosotros. No. Y aunque las cosas tomen permanentemente formas cambiantes, indican siempre la pertenencia a un mundo que les excede.
Enrique – Lamentablemente.
Minnie – ¿Lamentablemente? ¡Cómo uno se va a compadecer de los destinos de los otros, de los que no se sabe absolutamente nada! Qué sabemos de éste o aquel, perfectamente disfrazado para la ocasión. ¿Acaso conocemos si no estamos tratando con un sinvergüenza… aquél, aquél de más allá (gesticulando lejos con el brazo), que parece un probo padre de familia, no será finalmente un matón de barrio? ¿Y aquél que parece un intelectual, no será un truchimán cualquiera?
Instructora – Y eso pasa con nosotros mismos porque constantemente gira la rueda de la fortuna y no hay nadie que esté fuera de ella.
Minnie – Eso es verdad, pero también te recordaré que rectificando encontrarás la piedra.
[5] Enrique – ¿Quién puede con su destino, al fin y al cabo, con su suerte?
Julia
– ¿No será verdad que uno no escoge su futuro, sino que es él quien nos selecciona a todos? ¿No estaremos condicionados por el futuro?[6]
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Se habla, se invoca, el amor a la Sabiduría y de poner al símbolo en acción, sin demora y con el auxilio del Intermediario Celeste, pues el medio profano, con su tontera y estupidez, “siempre anda rondando y buscando sus víctimas”:[7]
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Minnie – Estamos todos metidos en el mismo barco, digo, en el mismo tren. Y no sabemos que hacemos, salvo que tenemos un proyecto en común.
Pausanias – Y eso ya nos parece mucho decir, imagínate poner el símbolo en acción, manejarse entre un bosque de símbolos vivos y actuantes. Hay que estar loco para eso, loco de amor y de un frío desapego.
Julia – Yo no sé si tengo eso. Pero estoy aquí, en la fila.
Jovita – El encuentro con algo bueno y verdadero se lo hemos de agradecer al dios Hermes.
Max – Ahora es el momento, siempre.

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En realidad estamos ante una de las claves de esta pieza teatral, a saber: la imperiosa necesidad de “redoblar esfuerzos” y hacer efectivo todo ese conocimiento teórico que se ha ido adquiriendo con el tiempo a base del rito del estudio y la meditación en la Vía Simbólica.
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Julia – ¡Cómo hemos trabajado!
Enrique – De nuevo es una manera de decir.
Marta – En realidad hemos escrito obras en lo invisible.
Alberto – (Regresa del baño e interviene desde el pasillo y se ubica en la segunda fila, junto a Jovita). Sí, efectuar los ritos, de eso se trata, pero su proyección es indefinida, inmensa y siempre, que necesariamente, como un boomerang, ha de retornar a uno mismo, al Uno Mismo.

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Hay que entregarse sin paliativo alguno a la diosa Sofía, de la que ya se han tenido “destellos” o “intuiciones” de su presencia en uno mismo a lo largo de los años; sin esa intuición –verdaderamente intelectual o espiritual- no hay realización que valga. Vale aquí recordar lo que nuestro autor ha dejado escrito en distintas ocasiones: es el Ser del hombre el que se revela a sí mismo, mediante la intermediación de la Inteligencia, que ilumina esa relación y la hace pasar de la potencia al acto.
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Pausanias – (Muy interesado). Muy interesante.
Minnie – Viste, pero no pude evitar hacer el comentario. Puesto que es lo mismo que decir que nuestro destino es nuestro origen.
Pausanias – (Entusiasmado). Vamos camino a la victoria. ¡Un brindis por el Subcomandante!
Enrique – (Eufórico). ¡Nos llama la Belleza! ¡Volvemos al Amor!
Max – No hay precio para la libertad.
Enrique – Apenas si conocemos nada, pero es lo suficiente.
Alberto – Un poco de atención señores o seremos…
Marta – (Interrumpiendo a Alberto). No, nada de advertencias. Así puros y sin contaminarse regresamos a nuestros verdaderos hogares. Una vara desmedida de esperanza es lo que somos. Un retorno al palacio de la sabiduría, aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar.
Alberto – Dejadme subir a la barca de vuestro aliento, al infinito día que está más allá del tiempo.
(...)
Josefina – Estoy perdidamente enamorada de la nada.
Enrique – (A Josefina). Santa virtud, cómo has cambiado en este viaje.
Max – Yo he pasado 30 años a la sombra ¿No seremos el recuerdo de algún otro que nos imaginó o nos está concibiendo con su aliento?

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Como estamos viendo nos encontramos ante unos diálogos que sin lugar a dudas podemos calificar de platónicos. De hecho son varias las veces que se menciona a Platón de manera explícita (por ejemplo cuando se hace una cita del Banquete[8] y se habla del mito de la caverna[9]), y a su pensamiento muchas más, al igual que ocurre con Hermes, el emisario de los dioses, al que sólo se nombra en una ocasión y sin embargo su presencia es constante en las ideas que articulan el discurso de todos los personajes. Se testimonia así, nuevamente, el vínculo con la “cadena áurea”:
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Instructora – Sí, lo que uno aprende en esta enseñanza encantándose a sí mismo, como quería transmitir Platón, es que este es un mundo inacabado de gestos, de voces, de colores, de formas en permanente movimiento, que se fijan perennemente por su descripción, o sea, por las perpetuas evaluaciones que de ellas hacemos, como si fueran un bosque de sonidos que intentamos inventariar y detallar, en fin, una niebla de sueños que están en el tuétano de nuestras creencias, o sea, que conforman nuestra materia.
Max – Por eso es que digo, querida Instructora, que siendo todo autosugestión, ¿por qué es que no nos autosugestionamos bien, de una forma sabia, para salir de la autosugestión?

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Vemos cómo nuestro autor tiene esa cualidad que varias veces hemos señalado y que debemos recordar aquí nuevamente pues constituye un signo de identidad de su obra: mostrarnos de manera sencilla y sumamente sintética verdades muy profundas, a veces hasta de forma desenfadada:
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Minnie – “Somos una pompa de jabón, / que gira y gira, y rueda sin cesar, / teniendo como base el puro azar de la Inteligencia Universal.”
Pausanias – “Rueda, rueda que te rueda, rueda, / el mundo, rueda que te rueda, / aunque cada día es diferente, / pues todo es cambio y movilidad.”

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Si antes hablábamos de ese tren como una especie de athanor, también podemos considerarlo efectivamente como análogo a la caverna platónica. Max afirma que ha pasado 30 años a la sombra, o sea prisionero de su individualidad, separando lo espeso de lo sutil, coagulando y disolviendo infinidad de veces su “materia”, su alma, haciéndola cada vez más sutil y porosa a las influencias espirituales, o sea “sublimándola” hasta que todo límite desaparece “perdidamente enamorada de la nada”, retornando así a su verdadero hogar, “al palacio de la sabiduría”, a “aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar”.
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NOTAS
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[1] Pensamos que nuestro autor no ha elegido el tren por casualidad, sino por sus propias connotaciones simbólicas, de una enorme fuerza evocativa y asociadas con la idea de viaje y, por ello, especialmente vinculado al transcurrir de la existencia humana, a sus etapas y estaciones.
[2] “Quienquiera salvar su alma la perderá”, dice el texto evangélico.
[3] La referencia al athanor alquímico aparece en la obra con el acróstico de Basilio Valentino: “Minnie – Les recuerdo lo que decíamos hace un rato. Me refiero al término de Basilio Valentino VITRIOLO que significa ‘desciende al interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta’ ”. Hay en esta pieza muchas alusiones a los términos y a las operaciones alquímicas, como por ejemplo cuando se hace mención a las “heces”, símbolo de la “putrefacción”, estado necesario que precede a toda regeneración verdadera.
[4] También las “miserias”, como es el caso concreto de José María, quien no sólo siente un desprecio por sus compañeros, o por sus “condiscípulos” como él dice, sino también por quien le ha transmitido la Enseñanza, encarnado en la figura del Subcomandante. Se trata aquí de la personificación del “traidor” y del “intrigante” (en el fondo un pobre diablo que tan ni siquiera sabe porque decidió estar ahí), posibilidades inferiores del ser humano que niegan al ser, y que, como la cizaña, crecen junto al buen trigo, pero esa es la única manera de poder identificarlos y cortarlos de raíz. Hay un momento en que a ese tal José María (quien se autodenomina “Acto Fallido”) se le pone el bonete de burro y así permanece hasta el final de la obra.
[5] Está claro que se trata de la “piedra filosofal”, o “verdadera medicina”, que restituye lo que es inmortal en el ser humano, de aquello que no está sujeto a los movimiento giratorios de la rueda de la existencia. Por lo que esa rectificación es en realidad un “enderezamiento” relacionado con la idea de eje vertical, que, como dice Federico: “se traduce como un estado obtenido al llegar precisamente al centro: reintegración que determina que podamos ser los emperadores –ni autoritarios ni pretenciosos- de nosotros mismos, acaso reyes con corona de espinas, tal como la describe el Evangelio.” (El Simbolismo de la Rueda, cap. IX).
[6] El futuro, como el pasado, son los dos aspectos de la duración temporal, y por consiguiente podemos estar condicionados tanto por el uno como por el otro. Este es un tema interesantísimo que nuestro autor ha tratado en más de una ocasión, por ejemplo en ese mismo capítulo del Simbolismo de la Rueda, donde dice lo siguiente:
“Con respecto a nuestra individualidad o a la manifestación de la personalidad, podríamos hacer notar que no sólo estamos condicionados por nuestro pasado, madre o matriz, lo cual resulta casi obvio, sino igualmente por nuestro futuro –puesto que estos extremos se conjugan siempre en la actualidad del presente- que como otro polo nos atrae hacia sí. [en nota añade: ‘Es muy interesante pensar que estamos signados por nuestro futuro y adoptar frecuentemente ese punto de vista: reconocer que esa persona que hoy vemos por primera vez y que nos resulta tan familiar, ya la conocemos de nuestro futuro. Si nos fijamos bien, es probable que a casi toda la gente uno la haya conocido del futuro’.] Esta es la idea de destino -prosigue Federico-, en cuanto éste es la efectivización de nuestro ser. Pero ello únicamente es posible si se ha desencadenado la potencia dramática del sí mismo, actitud que revela la búsqueda del origen, o la memoria de un pasado arquetípico. Lo que es idéntico a viajar en el sentido –aparentemente inverso- del encuentro del destino, ya que este destino es el origen, y este origen el destino”.
Por esa “potencia dramática del sí mismo, actitud que revela la búsqueda del origen”, hemos de entender precisamente esa fuerza interna que nos impulsa hacia la Vía del Conocimiento.
[7] Es ese medio profano el que intenta “aislar” a los actores cuando el vagón en donde viajan es desenganchado del resto so pretexto de que están infectados, quedando abandonados y dejados a su suerte en el páramo.
[8] Instructora – (Jovial, leyendo un librito que trae en su mano). Y como dice Platón en El Banquete: “A continuación –siguió contándome Aristodemo–, después que Sócrates se hubo reclinado y comieron él y los demás, hicieron libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho las otras cosas de costumbre, se dedicaron a la bebida.” Que esa primera referencia a Platón sea precisamente en una cita del Banquete (también llamado Del Amor), nos indica que la obra trata de una celebración, de un simposio, donde todos están invitados a participar del festín de la Sabiduría.
[9] Marta – (Desde la segunda fila). (Poniéndose en pie). Y tengamos en cuenta el Mito de la Caverna de Platón donde nos proyectaban cómo debían ser las cosas por medio de un truco de sombras, del cinematógrafo mental, de la esperanza rota, de la ilusión que debemos dejar atrás.
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