Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

viernes, 10 de junio de 2011

Crónica de “En el Tren”

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Hace un año que Federico González nos presentó el libreto de “En el Tren”, y desde entonces que La Colegiata no ha parado de laborar con este extraordinario texto. Desde el primer ensayo su lenguaje ha venido a cumplir su cometido: que cada uno de nosotros realizara el viaje, no tanto horizontal (tras muchos vaivenes no parece que el tren pasara de Guadalajara) como vertical. Tras la primera frase en que se nos propone jugar a la confusión de lenguas, y cada uno desde su banco, nos disponemos a compartir un espacio del pensamiento cuya calidad de repente, pero paulatinamente, se amplia y concentra. Colgados del lenguaje nos dejamos llevar por aquella aparente confusión que inmediatamente se revelará impulsora del único espectáculo: se confirmará que “lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se obren los milagros de una sola cosa”, sin salir del centro inmutable ascenderemos y descenderemos sin tregua, de lo prosaico a lo sublime, de lo escatológico al enamoramiento de la Nada.
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Pero para extraer todas las posibilidades de esta partitura será necesario templar la caja de resonancia, y las mismas manos que la crearon tensarán los resortes para que llegue a emitir la vibración precisa. Para que el mensaje reverbere limpio a través de la voz de La Colegiata, se adecuará el tono y se acompasará el ritmo. Se conjugará la interioridad con la intensidad, el ardor y la contención, levedad y aplomo: el secreto de una alquimia fuerte y eficaz permanece en el corazón de cada uno de nosotros.

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Y llega el momento del estreno. Entre bambalinas una luz dorada rompe la oscuridad precósmica y alumbra un escenario, un vagón de tren; los alegres compases de The Trolley Song nos empujan decididos a nuestros asientos. Asistimos de nuevo a la construcción a través del lenguaje, cada límite, cada coagulación de un significado nos lanza a otro ámbito ya no paralelo sino superior, o directamente a lo ilimitado.

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Pero esta vez más que nunca estamos caminando en el puro precipicio, al borde del foso, sintiendo el pálpito de un público invisible pero muy presente. Los mundos se engarzan, la poesía nos traspasa y me doy cuenta de que hoy el entramado de los parlamentos y las réplicas se muestra bien distinto, en otro orden. No sé exactamente donde estoy pero no importa, como organismo vivo “En el Tren” sigue sin demora su trayecto. Hasta que de repente y ante la seria mirada de mi interlocutora el blanco ocupa por completo mi cabeza. Más que una escisión que me conecta con el eterno presente experimento su imagen invertida, una suerte de perpetua parálisis me atenaza. Algo en mi se ahoga y exhala: invoco a las Musas (las que en estas circunstancias suelen tomar prestada la voz del apuntador) y soy atendido. Prosigue vigoroso el orden anárquico y tras desenmascarar a la ignorancia, y ser arrinconada, neutralizada por la indiferencia, el vagón sublima su fulgor, las notas agudizan su nitidez. La presencia de Eros y Venus sobre el escenario se intuye en la geometría que dibuja el inestable equilibrio entre todos los personajes, los actores, los cuales ya han realizado que la belleza está en todo y también en cada parte, en “la vara desmedida de esperanza” que somos, y en “el color del ave empalidecido por el deceso”.

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Y esta certeza les seguirá impregnando días después de la representación, después del golpe fortissimo de platillos. Al llevar la belleza puesta, seguirán viéndola en cada rincón, ya nada es banal ni absurdo ni tampoco sórdido, cada parte es el todo, cada ángulo realiza la tensión indispensable a la armonía del conjunto, cada aspecto al no estar separado de aquello que lo genera, reproduce ya sea por presencia o ausencia, en positivo o en negativo, a la Unidad. “De la que nada ni nadie queda excluido”.


Antoni Guri
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viernes, 3 de junio de 2011

Poco antes del estreno de

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EN EL TREN

Escrita y dirigida por Federico González


Interpretada por La Colegiata


Cotxeres Borrell (C/Viladomat 2-8, Barcelona)


Domingo, 5 de junio de 2011 a las 19h


Nos llega este texto de M. Victoria Espín que publicamos sin demora:


El Teatro, es un arte vinculado especialmente a dos de las nueve musas: Melpómene, a la que se relaciona con la Tragedia y Thalía, ligada a la Comedia. Sobre la primera, leemos en Introducción a la Ciencia Sagrada: “la que canta ‘lo que merece ser cantado’, representada con la máscara trágica y la maza de Hércules”. Acerca de la segunda: ’la que trae flores, o ‘la que florece’, nombre también de una de las tres gracias, representada con la máscara de la comedia y el bastón de pastor.” La representación teatral, símbolo por excelencia de la vida del hombre, en el viaje iniciático puede ser perfectamente vehículo, como por otro lado todo arte lo es, para el Conocimiento.
Sumergido el actor en la obra, actúa unos papeles de los que participa, y esa actuación puede ser verdaderamente la actualización de tendencias que porta en sí, por tanto, la posibilidad de agotarlas y liberarse de ellas; cayendo esos egos como lo hacen los dos personajes del arcano del Tarot Nº XVI “La Torre de destrucción” o “Casa de Dios”, que representa el athanor donde se lleva a cabo la obra. Dicho de otro modo, el actor encarna un personaje que le ayuda a transmutar el suyo propio que lo contiene, con lo cual podrá florecer el niño alquímico, el niño divino que tiene a su disposición un elenco de actores y papeles en número indefinido.

“La iniciación en los misterios cosmogónicos, es decir, el morir y renacer a otros planos de la realidad mediante la regeneración psíquica, no es aún la salida verdadera del cosmos, sino que se trata de un aprendizaje imprescindible sobre su constitución, sobre el "espíritu" de las cosas y su aprehensión. Un andamiaje que nos permite concebir la posibilidad de lo supracósmico, del no ser y de la no dualidad, realidades que exceden la mera individualidad que signa nuestras experiencias sensoriales o mentales, en tanto que las particulariza. Aunque es útil señalar que –lógicamente– cuando se empieza apenas a atisbar la posibilidad de lo supraindividual, todo lo referido a lo personal cae tan estruendosamente como una torre que es destruida por un rayo, dejando así de ser la protagonista del paisaje.”
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Una compañía de teatro, como la Colegiata, puede dar cabida perfectamente al mundo entero, o lo que es lo mismo convertirse o devenir para sus miembros en plataforma de universalización o cosmización. Autor, director, actores, apuntador, iluminación, vestuario, producción, todos a una ponen en marcha la función. En este caso “En el Tren”.
La puesta en escena de esta obra recuerda las tres columnas del Arbol de la Vida, símbolo del microcosmos, que nos muestra cuál es la estructura de éste y su ser. Esta flor fragante, el microcosmos, bella, luminosa, espléndida, suave y con muchas espinas, sufre la presión continua de la programación mental con que cada uno ha sido sellado. Según la cual vamos fabricando un film que desfila casi de continuo en nuestra imaginación y pensamientos, los que sumándose a esa película discuten, planean, rechazan o buscan cualquier cosa en esa cinta del tiempo en que el ser está atrapado. “Es un sueño la vida, es sueño”, “no es verdad, no es verdad, que venimos a vivir en la tierra…” O como dice la pieza que estamos reseñando “Somos una pompa de jabón entre pompas y pompas de jabón y todo es una pompa de jabón”.
“En el Tren” nos habla de un viaje prototípico, aquel que emprende el hombre en busca del Paraíso perdido, de la Tierra Prometida, del Sí Mismo. Presenta a un grupo de estudiantes “particulares”, a unos buscadores de otros mundos más internos, más secretos y por cierto más reales. Van conversando, y la plática transcurre con sus altos y bajos, con la participación más o menos intensa de los pasajeros del vagón número seis. el vagón de la Belleza, de la Amistad grupal.
El viajero de este tren, para comenzar ha de automarginarse del mundo chato y horizontal de la literalidad, constatar que lo que el hombre considera su identidad no es sino un disfraz, una máscara con la que representa un papel, o varios, en el teatro de la vida; hasta poder decir con uno de estos viajeros “Mejor ser nada que nunca jamás”. Siguen las reflexiones en torno al tema de la mal entendida igualdad, esa que nos hace pobres a todos, pues ya se sabe que la que persigue el mundo moderno sólo es posible por lo bajo. Otro pregunta si el viaje es de ida o de vuelta, alguien le contesta que es de ida y vuelta simultáneas, y que “la función comienza cuando usted llega”, “que la creación perennemente se está haciendo y siempre es”. De modo análogo al recorrido que están realizando estos actores del teatro de la Memoria que saben que el viaje es hacia el interior, “puesto que se trata de la intimidad del corazón, de nuestra alma”.
“Y aunque las cosas toman permanentemente formas cambiantes indican siempre la pertenencia a un mundo que les excede”. La manifestación se despliega en tres niveles sucesivos y cada uno de ellos tiene su origen en el anterior, y el primero de ellos, y con él todos los demás, en lo No manifestado.
Detienen nuestros personajes sus meditaciones y conocemos sus nombres: Alce Negro, Toro Sentado, Plata Pulida, Perro de Humo, Acto Fallido, Verde Esmeralda, entre otros. Prosiguen las reflexiones sobre el viaje y su simbólica. “Este es el quiebre de todos los paraísos infantiles que creíamos lo más cercano a la felicidad, a lo que imaginábamos como nuestra identidad”. “Es una cruda, comerse el steak tartar de los sueños de uno mismo, de todas sus proyecciones quebradas en mil pedazos, deshecho todo su juego de sombras… (silencio) y luces, falsas iluminaciones que proyectaban estos ideales muertos.”
No todos muestran la misma compresión del viaje y los diálogos ascienden y descienden, se perciben ritmos diferentes y la conversación toca distintos planos llevando al espectador a un baile consigo mismo que es reflejo o mejor el eco, que encuentran en él las voces de los actores que encarnando sus papeles son la voz de la Enseñanza unánime y primordial, que esta obra de teatro sintetiza en un lenguaje directo y actual para facilitar la comprensión del espectador. Federico González, siempre nos sorprende con nuevas formas de expresar el Mensaje para proseguir la labor de Enseñanza. Como se dice en la obra: “El anillo se debe mantener flexible y no solidificarse”.
En este viaje en lo invisible hacia “la frontera del silencio, del misterio” se trata de efectuar los ritos, de “manejarse entre un bosque de símbolos vivos y actuantes.” Para lo que hay que estar “loco de amor y de un frío desapego” y siempre recordar que “El encuentro con algo bueno y verdadero se lo hemos de agradecer al dios Hermes”.
Se dice que el viaje iniciático es heroico, pero ya se sabe que el héroe y el traidor son un mismo personaje y ambos han de actualizarse en uno para complementarse y neutralizarse. Uno de los actores representa al traidor, personaje que todos llevamos dentro, que intenta infiltrar la duda y sembrar la cizaña dentro del grupo; es aquel que no ve sentido a la Enseñanza porque, por lo que fuere, no es capaz de reconocerla. El amor por lo más alto une a estos viajeros que saben que tienen un proyecto en común, que el “lugar” al que se dirigen no es un lugar.
Las averías y detenciones están incluidas dando lugar a diversas reacciones que plasman los temores y deseos de los participantes. Y siguen los actores instruyendo al espectador: Minnie, habla de los innumerables peligros del mundo moderno; Mecha, afirma que somos pasajeros en tránsito; Enrique: “aquí estamos para ser nosotros mismos”; Marta: “De una cosa estoy segura, de que los últimos de este convoy seremos los primeros”. Desenganchados del hombre viejo, de lo profano, nos unimos a la Vida, aprendiendo a leer el verdadero sentido de las cosas, desentrañando el mensaje de los símbolos. “Debemos superar la queja y resolver cualquier circunstancia en la forma y modo bajo los que estas se presenten”. “Este es un mundo inacabado de gestos, de voces, de colores, de formas en permanente movimiento, que se fijan perennemente por su descripción, o sea, por las perpetuas evaluaciones que de ellas hacemos, como si fueran un bosque de sonidos que intentamos inventariar y detallar; en fin, una niebla de sueños que están en el tuétano de nuestras creencias, o sea, que conforman nuestra materia.”
Nuestro destino es el origen, “puros y sin contaminarse regresamos a nuestros verdaderos hogares. Una vara desmedida de esperanza es lo que somos. Un retorno al palacio de la sabiduría, aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar.”
La creación no puede ser sin un origen y “necesariamente se ha de volver a ese origen virtual para desembarazarnos de la circunferencia.” “Dios me acaba de hablar y le he contestado con toda devoción: ‘Yo soy tú’”.
El Teatro nos brinda la posibilidad de despertar.



M. Victoria Espín


[1] Federico González, La Rueda, una imagen simbólica del Cosmos. Ed. Symbolos. pág. 202.

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