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Este Festival de Monólogos, como cada una de las obras representadas por la Colegiata Marsilio Ficino hasta ahora, y de hecho cualquier tarea de difusión que se emprenda desde el punto de vista ritual y sagrado para transmitir estas ideas que pertenecen en última instancia a la Tradición Primordial, fuente de todas las tradiciones, tienen en común una luz que se revela idéntica bajo las distintas formas que pueda adoptar en el tiempo y en el espacio.
.De hecho, a través de cualquiera de estas formas, no hacemos sino observar la luz a través de un caleidoscopio cuyas figuras y colores varían constantemente al tiempo que éste va girando, apareciendo para nuestra sorpresa de una forma siempre novedosa, pese a que sus indefinidas combinaciones están signadas por lo finito. El teatro de la vida pretende engañarnos mientras nuestro ojo interior y la luz emanada de la oscuridad gracias a la cual es posible dicho espectáculo siguen imperturbables, a cada lado del eje que atraviesa el embaucador artefacto.
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Y es que, a pesar de la ilusión, la luz que hace posible tal maravilla es siempre la misma, como lo es ese Principio Uno y Único que se revela a través del símbolo, del rito o del mito, en este caso de esta serie de monólogos, desvelando continuamente nuevas facetas a medida que uno penetra en ellos y se deja penetrar por ellos, avanzando a través de la espiral que nos lleva hacia la salida de esa finitud, es decir del propio Cosmos, más allá del tiempo y del espacio.
Y es que, a pesar de la ilusión, la luz que hace posible tal maravilla es siempre la misma, como lo es ese Principio Uno y Único que se revela a través del símbolo, del rito o del mito, en este caso de esta serie de monólogos, desvelando continuamente nuevas facetas a medida que uno penetra en ellos y se deja penetrar por ellos, avanzando a través de la espiral que nos lleva hacia la salida de esa finitud, es decir del propio Cosmos, más allá del tiempo y del espacio.
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Esta serie de monólogos, nueve en total, como las nueve Musas que engendró Mnemosyne, diosa de la Memoria Sagrada que nos guía hacia esa luz principial, nos ofrece así un espectáculo de apariencia caleidoscópica en el que sin embargo una serie de palabras se combinan en diferentes soliloquios que no hacen sino repetir, como lo hace la rueda, símbolo fundamental de todas las tradiciones que también viene signado por el número nueve, las claves de la Enseñanza que Hermes, deidad educadora por excelencia, nos brinda generosamente para sacarnos de ella y liberarnos de los límites de esta existencia que nos mantiene cautivos a cambio de sus engañosos encantos.
Esta serie de monólogos, nueve en total, como las nueve Musas que engendró Mnemosyne, diosa de la Memoria Sagrada que nos guía hacia esa luz principial, nos ofrece así un espectáculo de apariencia caleidoscópica en el que sin embargo una serie de palabras se combinan en diferentes soliloquios que no hacen sino repetir, como lo hace la rueda, símbolo fundamental de todas las tradiciones que también viene signado por el número nueve, las claves de la Enseñanza que Hermes, deidad educadora por excelencia, nos brinda generosamente para sacarnos de ella y liberarnos de los límites de esta existencia que nos mantiene cautivos a cambio de sus engañosos encantos.
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La realidad se reordena así constantemente, coagulándose las palabras que la conforman con cada monólogo y regenerándose a su vez en la disolución que cada entreacto supone, mostrándose de cuatro formas (cuatro monólogos por actuación) totalmente diferentes pero a la vez idénticas en su raíz, como los cuatro mundos que configuran el Cosmos o los cuatro niveles de lectura de la realidad que les corresponden y que están al alcance del que decida entregarse sin ambages al Conocimiento del Sí-Mismo.
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La ilusión de nuestros sentidos se encuentra frente a frente con la inmutabilidad del Principio, que la desmonta sin piedad con el arte de la palabra justa y de la paradoja, revelándose así el verdadero sentido sagrado del teatro que justifica el trabajo de la Colegiata, pues la catarsis que éste provoca debe darse primero en el actor para poder ser contagiada al espectador y hacer de dos uno.
La realidad se reordena así constantemente, coagulándose las palabras que la conforman con cada monólogo y regenerándose a su vez en la disolución que cada entreacto supone, mostrándose de cuatro formas (cuatro monólogos por actuación) totalmente diferentes pero a la vez idénticas en su raíz, como los cuatro mundos que configuran el Cosmos o los cuatro niveles de lectura de la realidad que les corresponden y que están al alcance del que decida entregarse sin ambages al Conocimiento del Sí-Mismo.
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La ilusión de nuestros sentidos se encuentra frente a frente con la inmutabilidad del Principio, que la desmonta sin piedad con el arte de la palabra justa y de la paradoja, revelándose así el verdadero sentido sagrado del teatro que justifica el trabajo de la Colegiata, pues la catarsis que éste provoca debe darse primero en el actor para poder ser contagiada al espectador y hacer de dos uno.
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Ana Contreras
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