Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

domingo, 31 de enero de 2010

La Torre de Destrucción

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.(Una mujer ha realizado una tirada del Tarot e interpreta el consejo del oráculo. Va vestida con pantalón negro y una camisola de colores muy llamativa. Una mesa con mantel rojo, un sillón y el mazo. De entrada está sentada y contempla la respuesta).
Esta no me la esperaba, o sí; en esta vía hay que estar dispuesto a lo que sea.
Hace ya tiempo que me lancé a recorrerla.
Con intensa determinación y auxiliada por ciertos compañeros de viaje que siempre van conmigo.
Mazo sagrado, no hay pregunta que no respondas, hasta cuando te niegas a contestar.
¡Vaya paradoja!
Un largo camino sembrado de revulsivos, de situaciones imprevistas que resquebrajan los estrechos límites de cualquier limitación.
(Se levanta y habla desde detrás del sillón).

Rupturas de nivel en las que he conversado con entidades invisibles. Llámalas energías, dioses o atributos del Innombrable, y sin dejar de orientarme al centro, al punto, al vacío.
Y ahora, oráculo, me veo encerrada entre las cuatro paredes de una torre y sabiendo que no hay otro que vaya a venir a liberarme.
Porque, ¿qué otro? ¿Dónde estaría y quien sería el otro? Pues si algo he comprendido es que uno juega solo la partida.
¡Uf, qué calor! Creo que me da la claustrofobia. No se puede mirar atrás, te conviertes en estatua de sal; ni adelante, pues mañana es siempre un inalcanzable. En el desarrollo horizontal bidireccional no hay salida. Todo lo que termina empieza y lo que comienza acaba.
De poco sirven los liftings y las liposucciones, y las inyecciones de toxina botulímica.
(Sarcástica y gesticulando).
Aunque pronto se dirá que la evolución de la especie es de ida y vuelta, y que gracias a las “mutaciones” producidas por el bótox recuperaremos la sonrisa simiesca de nuestros “antepasados” antes de acabar criando malvas.
(Conservando la ironía, sigue hablado sentada).
Tampoco vale fabricar paraísos ideales materializados, que se alcanzarían con fragancias dulces, ambientes ergonómicos, recetas espirituales consumibles y de efectos comprobables:
“Combina este incienso de ámbar con luz dorada y repite el mantra del chakra del corazón mientras degustas manzanilla con azucarillo moreno. Resplandecerás como el sol”.
(Se levanta, seria).
Estoy aquí, parada y encerrada en la inhóspita cárcel. Sola. Y tu consejo es la destrucción. Toda prisión tiene su cara horrible, retiene, paraliza, adormece, atonta, enloquece o envilece, pero también sacude y derrumba mil errores.
¡Cuántas, cuántas prisiones! El cuerpo la primera, un símbolo de algo que lo trasciende, un diseño no humano prodigioso pero caduco, como todo lo manifestado. Se arruga, se encorva, se entumece, enferma, se agota, se pudre…
Otra es la mente, guardiana férrea; se cree a sí misma y se reinventa cada día con fecundidad castrante para fijar estrechos límites al pensamiento. Encasilla, compara, analiza, se obsesiona, delira, suma, resta, divide, se engorda, se mutila, hace acopio de manías, no para, no para, no para, no para, discurre perdida cuando niega el timón que la gobierna.
Y aun si se la trasciende -cosa que es posible-, si se accede a otros niveles de la conciencia, universales, arquetípicos, libres de formas, las ideas en estado puro, donde se libra el combate simultáneo al equilibrio cósmico, las cópulas sagradas, contracciones y expansiones, disoluciones y coagulaciones, se llega a contemplar, a ser, la más bella de las cárceles, o la más tremenda: el orden del universo. El revestimiento del Ser, un vehículo del hálito, del hálito inmortal…
(Cambia completamente de registro y hace como que blande una espada que puede ser real o imaginaria).
Ninguna distracción. Aquí he caído por asesina. Estoy matando egos a troche y moche. Cada vez que asoma una nueva cabeza, me mantengo vigilante… pero se multiplican a velocidad vertiginosa.
(Sigue mirando en derredor y realizando varias posiciones marciales).
¡Mierda, uno que se coló! ¡“Chakata”! Corte limpio. No hay que bajar la guardia ni un solo segundo.
Jugando he ido conociendo y cuanto más conozco menos sé. Sé que nunca te podré nombrar, nunca, aunque cada día te cante y renueve el discurso. ¿O acaso es el hálito que lo canta a través del mundo, a través de ti, de mi? ¿O una y otra cosa son lo mismo? Sé que no hay frontera que divida, pero sí un abismo entre lo inefable y todo lo que puede ser dicho. Por eso me recojo en la intimidad, no en el nihilismo estéril del hikikomori, sino en la soledad del uno que reúne en sí toda alteridad.
Hamlet, nos la jugaste con la disyuntiva entre “ser o no ser”. No quiero quedarme en la carcelera cárcel de la dicotomía. Oh, príncipe, repito tus palabras con la conjunción copulativa “ser y no ser”. Ser y no ser a la vez, no ser siendo.
(Fija la mirada en un punto de lo alto).
Como el águila miro fijo a la luz y me ciega, me dejo traspasar y muero.
(Hace como que se clava una daga).
Muera toda dualidad, es sólo un disfraz. ¡Viva la no dualidad!
(Después de unos instantes, la mujer vuelve al sillón y recoge las cartas de la mesa, serena y alegre).
No hay efectos especiales, ni voces, ni manos invisibles, ni alas con plumas, ni levitaciones o gruñidos. Ninguna señal exterior, ni rastro de la experiencia vivida. Nunca lo podré explicar ni dar pruebas, aunque tampoco lo pretendo. Y sigue, sigue una tirada tras otra, y lo inmutable ni se inmuta.
(Telón).

Mireia Valls

domingo, 3 de enero de 2010

APROXIMACIONES


1. El espacio es el escenario; el tiempo la actuación. El desarrollo de la trama es el movimiento fijado en el libreto, es decir la marca del destino hacia el que se encamina la puesta escénica, así tenga por detrás una historia o no.
Cada intérprete debe hacerse cargo de este esquema general ­–aunque borroso– y comprometerse a llevar al máximo las posibilidades de su papel como un compromiso consigo mismo.
Nuestros intereses son iniciáticos y por ello supracósmicos pero esos fines necesitan de soportes y el teatro y la actuación en general, basada en el espectáculo constante en que se vive, puede hacer salir del sueño tomando conciencia de ello, y optando por el camino del despertar que a veces es negación, ejemplo: no soy esto, no soy aquello, ni eso, ni él, ella, o lo que tales consideran la realidad.
La unidad no está determinada si no por su propia afirmación y es la mejor imagen de la conciliación de opuestos; más allá de ella no hay nada de lo que pudiera ser algo.
Lo cual define al acto creativo, y en nuestro caso la actuación.
No es la política sino la vida, el arte de lo posible y ésta es la labor de un actor que revive a su personaje, mediante una cantidad de elementos que exige la interpretación a través de la comprensión, la memorización de lo que dice el texto mediante la voz, su entonación, el gesto, etc. y el desarrollo de todo ello.

2. El actor es el eje de la obra. Efectivamente, la Colegiata es un teatro de actores y todos los esfuerzos que se hacen son para tal fin. Para que el actor encarne cada uno de los personajes, encuadrados en el texto de la obra, para encontrarse, pensando que debe representar ese papel ante un público que todo lo ignora acerca de ese acontecimiento teatral.
Es decir, todo el montaje de la Colegiata está encaminado hacia el actor, interpretando una de las tantas facetas que pueda poseer, o imaginar ­­–que para los efectos es lo mismo­– de acuerdo con las enseñanzas recibidas con las que debe ubicarse en el transcurso de esa pieza, también imagen del Gran Teatro del Mundo.

3. ¿Por qué la magia del teatro? ¿Por qué unas cuantas telas, unos pobres paños y un espacio dedicado a la escena, produce tanta expectación que se resuelve en unos gestos y unas voces que siempre algo tocan del espectador, incluso su rechazo?
Misterio.

4. El actor ha de saber que en cualquier papel de teatro está su identidad, a la que sólo debe agregar su interpretación. El actor es ni más ni menos que un intermediario, como es el ser humano respecto a la vida.
Federico González