.(Una mujer ha realizado una tirada del Tarot e interpreta el consejo del oráculo. Va vestida con pantalón negro y una camisola de colores muy llamativa. Una mesa con mantel rojo, un sillón y el mazo. De entrada está sentada y contempla la respuesta).
Esta no me la esperaba, o sí; en esta vía hay que estar dispuesto a lo que sea.
Hace ya tiempo que me lancé a recorrerla.
Con intensa determinación y auxiliada por ciertos compañeros de viaje que siempre van conmigo.
Mazo sagrado, no hay pregunta que no respondas, hasta cuando te niegas a contestar.
¡Vaya paradoja!
Un largo camino sembrado de revulsivos, de situaciones imprevistas que resquebrajan los estrechos límites de cualquier limitación.
(Se levanta y habla desde detrás del sillón).
Rupturas de nivel en las que he conversado con entidades invisibles. Llámalas energías, dioses o atributos del Innombrable, y sin dejar de orientarme al centro, al punto, al vacío.
Y ahora, oráculo, me veo encerrada entre las cuatro paredes de una torre y sabiendo que no hay otro que vaya a venir a liberarme.
Porque, ¿qué otro? ¿Dónde estaría y quien sería el otro? Pues si algo he comprendido es que uno juega solo la partida.
¡Uf, qué calor! Creo que me da la claustrofobia. No se puede mirar atrás, te conviertes en estatua de sal; ni adelante, pues mañana es siempre un inalcanzable. En el desarrollo horizontal bidireccional no hay salida. Todo lo que termina empieza y lo que comienza acaba.
De poco sirven los liftings y las liposucciones, y las inyecciones de toxina botulímica.
(Sarcástica y gesticulando).
Aunque pronto se dirá que la evolución de la especie es de ida y vuelta, y que gracias a las “mutaciones” producidas por el bótox recuperaremos la sonrisa simiesca de nuestros “antepasados” antes de acabar criando malvas.
(Conservando la ironía, sigue hablado sentada).
Tampoco vale fabricar paraísos ideales materializados, que se alcanzarían con fragancias dulces, ambientes ergonómicos, recetas espirituales consumibles y de efectos comprobables:
“Combina este incienso de ámbar con luz dorada y repite el mantra del chakra del corazón mientras degustas manzanilla con azucarillo moreno. Resplandecerás como el sol”.
(Se levanta, seria).
Estoy aquí, parada y encerrada en la inhóspita cárcel. Sola. Y tu consejo es la destrucción. Toda prisión tiene su cara horrible, retiene, paraliza, adormece, atonta, enloquece o envilece, pero también sacude y derrumba mil errores.
¡Cuántas, cuántas prisiones! El cuerpo la primera, un símbolo de algo que lo trasciende, un diseño no humano prodigioso pero caduco, como todo lo manifestado. Se arruga, se encorva, se entumece, enferma, se agota, se pudre…
Otra es la mente, guardiana férrea; se cree a sí misma y se reinventa cada día con fecundidad castrante para fijar estrechos límites al pensamiento. Encasilla, compara, analiza, se obsesiona, delira, suma, resta, divide, se engorda, se mutila, hace acopio de manías, no para, no para, no para, no para, discurre perdida cuando niega el timón que la gobierna.
Y aun si se la trasciende -cosa que es posible-, si se accede a otros niveles de la conciencia, universales, arquetípicos, libres de formas, las ideas en estado puro, donde se libra el combate simultáneo al equilibrio cósmico, las cópulas sagradas, contracciones y expansiones, disoluciones y coagulaciones, se llega a contemplar, a ser, la más bella de las cárceles, o la más tremenda: el orden del universo. El revestimiento del Ser, un vehículo del hálito, del hálito inmortal…
(Cambia completamente de registro y hace como que blande una espada que puede ser real o imaginaria).
Ninguna distracción. Aquí he caído por asesina. Estoy matando egos a troche y moche. Cada vez que asoma una nueva cabeza, me mantengo vigilante… pero se multiplican a velocidad vertiginosa.
(Sigue mirando en derredor y realizando varias posiciones marciales).
¡Mierda, uno que se coló! ¡“Chakata”! Corte limpio. No hay que bajar la guardia ni un solo segundo.
Jugando he ido conociendo y cuanto más conozco menos sé. Sé que nunca te podré nombrar, nunca, aunque cada día te cante y renueve el discurso. ¿O acaso es el hálito que lo canta a través del mundo, a través de ti, de mi? ¿O una y otra cosa son lo mismo? Sé que no hay frontera que divida, pero sí un abismo entre lo inefable y todo lo que puede ser dicho. Por eso me recojo en la intimidad, no en el nihilismo estéril del hikikomori, sino en la soledad del uno que reúne en sí toda alteridad.
Hamlet, nos la jugaste con la disyuntiva entre “ser o no ser”. No quiero quedarme en la carcelera cárcel de la dicotomía. Oh, príncipe, repito tus palabras con la conjunción copulativa “ser y no ser”. Ser y no ser a la vez, no ser siendo.
(Fija la mirada en un punto de lo alto).
Como el águila miro fijo a la luz y me ciega, me dejo traspasar y muero.
(Hace como que se clava una daga).
Muera toda dualidad, es sólo un disfraz. ¡Viva la no dualidad!
(Después de unos instantes, la mujer vuelve al sillón y recoge las cartas de la mesa, serena y alegre).
No hay efectos especiales, ni voces, ni manos invisibles, ni alas con plumas, ni levitaciones o gruñidos. Ninguna señal exterior, ni rastro de la experiencia vivida. Nunca lo podré explicar ni dar pruebas, aunque tampoco lo pretendo. Y sigue, sigue una tirada tras otra, y lo inmutable ni se inmuta.
(Telón).
Mireia Valls
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