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(En escena, una mujer vestida de negro. Está sentada en un taburete alto, de cara al público).
Permanentemente en la encrucijada. Obviedad de la Gracia divina que nos tiene reservada siempre la gran oportunidad; oculta tras el rostro invisible de Jano, imagen misma de la templanza que nos observa desde lo alto, impertérrito, imperturbable, absolutamente inmóvil en el centro de la rueda del devenir.
Desde mi humilde condición mortal sigo debatiéndome entre derecha e izquierda, olvidando una vez más que en el eje que me atraviesa se esconde la clave de la salida del laberinto de mi alma, la cual sigue transformándose al ritmo de una danza extática que marca los límites de la existencia.¡Despierta!(chasqueando los dedos).
En ese único punto, invisible, que señala el centro de la cruz, mi corazón, se desarrolla todo el periplo. Nuestro viaje empieza y acaba en ese punto tan diminuto que tiene la inmensidad de la nada absoluta. Toda una lección de humildad que le pone a uno en su sitio, ¿verdad? (implicando al espectador).
(Para sí). Precisamente en ese punto, que es en realidad cualquier punto, está la posibilidad de mi realización. Llegar a mi máxima expresión, pasando del 1 al 10 para volverme a concentrar del 10 al 1, cerrando el ciclo. (Mirando al público). Sin perder de vista que todo ello se realiza desde la Nada, el vacío que lo incluye todo, la gran matriz oscura de donde todo parte y a donde todo vuelve indefectiblemente, y que se halla detrás de este punto luminoso que es y no es. (encogiendo los hombros, divertida por la paradoja).
La existencia se desarrolla en él como un espectáculo de sombras chinescas que cobran una vida aparentemente independiente en la pantalla que nos rodea. Proyecciones espectrales de nosotros mismos que alimentan nuestra soberbia ignorancia ¡que pretende ir por libre! (burlona). 360º de espectáculo permanente que atrae y dispersa nuestra atención, desviándola peligrosamente de lo único que realmente importa: uno mismo.
Una pausa, un silencio, una muerte: la clave para recuperar la concentración, para recolocarse en el centro y poder contemplar el movimiento desde la inmovilidad, para observar el espectáculo desde la platea, lo cual me permite dirigir simultáneamente mi actuación sin tener que implicarme directamente en ella.
(Sorprendida y divertida, señalando a ningún sitio). Y distingo a todos los dioses actuando en ese diminuto espacio, luchando, atrayéndose, copulando. Expandiéndose y contrayéndose dentro de mi fecundo vientre, que al cabo de nueve lunas dará nacimiento a un nuevo ser, una nueva posibilidad, fruto de la unión de mi Sol y mi Luna, trama y urdimbre de esta mágica encrucijada, mi niño alquímico radiante de Luz: luz que cura, que fecunda, que alimenta.
Y es que a pesar de mi terrible ignorancia, el paraíso siempre estuvo aquí, en esta intersección donde se cruzan dioses y mortales, Cielo y Tierra. Desde el centro de mi eterno dilema, Jano me guiña un ojo anunciándome que mi liberación está al otro lado del espejo, esperando pacientemente que recuerde, que se unan mi izquierda y mi derecha en un solo corazón.
Y descubro que soy a la vez el brillante y la luz que éste refleja.
(Telón).
Ana Contreras
Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González
Federico González
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