Conferencia pronunciada por Carlos Alcolea durante el pasado curso en el CES de Zaragoza:
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– FRANC: La lengua conforma la inteligencia; conjuga, articula, nombra. Selecciona, compone, da sentido a todo lo cognoscible. También es la memoria de lo inteligible y sin memoria nada somos, es decir, nos vemos reducidos a la nada, a la pérdida del sentido, a la imposibilidad de la sabiduría. Dicho el secreto se acabó la magia. (Federico González. En el Útero del Cosmos. Comedia Hiperrealista de alcance Subliminal. 1er Acto).
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Los símbolos, mitos y ritos, rememoran constantemente una estructura Ideal, divina si se quiere, que se organiza de manera jerárquica. En efecto, de un Principio único, esencial e invisible emanan diversos arquetipos o dioses cuyas cualidades se van depositando escalonadamente, constituyendo los distintos mundos o planos del entramado universal. Este despliegue, ha de culminar en una coagulación sustancial y sensible denominada comúnmente como realidad visible.
Por cierto que dentro del juego de relaciones que se establece entre las numéricas deidades, se incluyen múltiples alianzas fraternales pero también profundas desavenencias, luchas e inestabilidades. Interrelaciones que en último término, se resuelven en un equilibrio, siempre tendente a la Perfección, pues la desarmonía en un plano es armonía en otro superior. Sobre estos fundamentos se asienta toda cultura tradicional, plenamente operativa y eficazmente vertebrada según el modelo Primordial, que perdura a través del tiempo incidiendo manifiestamente en la recreación permanente del cosmos.
Y todo ello a través de una dialéctica que se adapta a las circunstancias siempre cambiantes, lo que da como resultado las distintas modalidades de transmisión sapiencial, no necesariamente coincidentes en la forma, pero sí en el fondo, pues siempre se articulan en torno a la Unidad primigenia y sus arquetipos, cuyas cualidades se expresan por intermediación del símbolo. Este, al conjugarse en el tiempo y el espacio, deviene en el Mito y el Rito (símbolo en movimiento), y constituye un sistema efectivo de fuerzas capaz de unificar las potencias celestes con las terrestres.
Mayormente estas potencias, representan aspectos numérico-geométricos, lo que para el hombre tradicional se concreta en un Corpus de ideas o Ciencias, cuyo estudio abarca tanto a la Aritmética y la Astronomía, como al Lenguaje (Gramática), y la Música; y eso incluye el canto y la voz como instrumento sagrado para entonar y recitar las gestas de dioses y héroes míticos, o sea, la palabra como vehículo transmisor de la Verdad Unánime.
Por lo que se ve, el símbolo toma como soporte de expresión, imágenes ideales, intelectualmente intensas, distintas según el momento histórico o el lugar geográfico, pero eso sí, per se, naturalmente mágicas, es decir, portadoras de ciertas Energías-Fuerza que al armonizarse en el hombre revelan las leyes que determinan pautas, cadencias, ritmos y en definitiva el devenir cíclico, al que se adscribe toda la creación. Desde esta perspectiva, el pensamiento tradicional representa un orden que evoca de manera refleja cierta disposición prototípica, ilustrando la semejanza con lo trascendente a través del recuerdo inducido por analogía.
En este sentido, el hombre moderno no debería extrañarse y mucho menos descalificar a otras sociedades para las que el mundo constituye una revelación permanente, una hierofanía constante. Por contra, el pensamiento racional con su manía de reducirlo todo a la propia estrechez mental, lo define vulgarmente como un simple modo de vida basado en ciertas creencias. Dicho punto de vista, rasante e inclinado a la simplificación más necia determina un enfoque sesgado que excluye otras posibilidades, lo que constituye una discriminación y por lo tanto un límite, que no podrá ser rebasado mientras no se lo identifique como tal. Esto es lo que nos ha tocado vivir, un mundo que bien puede ser considerado como el reino de la cantidad y la multiplicidad.
Y aun así la puerta sigue abierta a aquellos que pese a lo hostil del medio, se ponen manos a la obra y comprometen todo su ser en la búsqueda hacia la verdadera y única Libertad, lo Ilimitado, que abarca la totalidad del conjunto cósmico significativamente cohesionado con el Misterio en sí mismo encarnado y presente en dicha totalidad. En definitiva, se trata nada más y nada menos que de restablecer la unión con lo divino, cuya invocación permanente actualiza la memoria de un origen increado, causa y al mismo tiempo efecto de todo cuanto es.
De este modo, en conformidad con lo más alto e incognoscible, las cosas se presentan cualitativa y cuantitativamente ordenadas, y cada cual ostenta un grado intelectivo, que al mismo tiempo constituye una responsabilidad comunitaria, según los atributos inteligibles y características psicofísicas de cada individuo. Ubicarse en tal posición, implica la significancia y plenitud de cualquier acción, ya que por así decir, se encuentra revestida de un carácter simbólico, mágico y en definitiva ritual.
Las Artes y las Ciencias sagradas efectuadas como tales por el hombre tradicional, y por lo tanto efectivizadas internamente, constituyen algunos de los elementos que conforman una tradición sapiencial, e ilustran ejemplarmente la inmanencia divina en todo lo manifestado, encarnada espontáneamente y de manera unánime por el conjunto de los individuos que integran dicha comunidad.
En este sentido, toda mentalidad tradicional se ubica íntegramente bajo el patronazgo de dioses e inteligencias angélicas, las que constituyen entidades protectoras e inspiradoras que el verdadero Artista despierta en sí, invocándolas naturalmente a través de una especie de reminiscencia contemplativa en la que se incluye el gesto simbólico, que signa la consecución de la obra de arte a realizar. Entre estas deidades intermediarias, se hallan las Musas, hijas de Mnemósyne, la Memoria.
Por cierto que dentro del juego de relaciones que se establece entre las numéricas deidades, se incluyen múltiples alianzas fraternales pero también profundas desavenencias, luchas e inestabilidades. Interrelaciones que en último término, se resuelven en un equilibrio, siempre tendente a la Perfección, pues la desarmonía en un plano es armonía en otro superior. Sobre estos fundamentos se asienta toda cultura tradicional, plenamente operativa y eficazmente vertebrada según el modelo Primordial, que perdura a través del tiempo incidiendo manifiestamente en la recreación permanente del cosmos.
Y todo ello a través de una dialéctica que se adapta a las circunstancias siempre cambiantes, lo que da como resultado las distintas modalidades de transmisión sapiencial, no necesariamente coincidentes en la forma, pero sí en el fondo, pues siempre se articulan en torno a la Unidad primigenia y sus arquetipos, cuyas cualidades se expresan por intermediación del símbolo. Este, al conjugarse en el tiempo y el espacio, deviene en el Mito y el Rito (símbolo en movimiento), y constituye un sistema efectivo de fuerzas capaz de unificar las potencias celestes con las terrestres.
Mayormente estas potencias, representan aspectos numérico-geométricos, lo que para el hombre tradicional se concreta en un Corpus de ideas o Ciencias, cuyo estudio abarca tanto a la Aritmética y la Astronomía, como al Lenguaje (Gramática), y la Música; y eso incluye el canto y la voz como instrumento sagrado para entonar y recitar las gestas de dioses y héroes míticos, o sea, la palabra como vehículo transmisor de la Verdad Unánime.
Por lo que se ve, el símbolo toma como soporte de expresión, imágenes ideales, intelectualmente intensas, distintas según el momento histórico o el lugar geográfico, pero eso sí, per se, naturalmente mágicas, es decir, portadoras de ciertas Energías-Fuerza que al armonizarse en el hombre revelan las leyes que determinan pautas, cadencias, ritmos y en definitiva el devenir cíclico, al que se adscribe toda la creación. Desde esta perspectiva, el pensamiento tradicional representa un orden que evoca de manera refleja cierta disposición prototípica, ilustrando la semejanza con lo trascendente a través del recuerdo inducido por analogía.
En este sentido, el hombre moderno no debería extrañarse y mucho menos descalificar a otras sociedades para las que el mundo constituye una revelación permanente, una hierofanía constante. Por contra, el pensamiento racional con su manía de reducirlo todo a la propia estrechez mental, lo define vulgarmente como un simple modo de vida basado en ciertas creencias. Dicho punto de vista, rasante e inclinado a la simplificación más necia determina un enfoque sesgado que excluye otras posibilidades, lo que constituye una discriminación y por lo tanto un límite, que no podrá ser rebasado mientras no se lo identifique como tal. Esto es lo que nos ha tocado vivir, un mundo que bien puede ser considerado como el reino de la cantidad y la multiplicidad.
Y aun así la puerta sigue abierta a aquellos que pese a lo hostil del medio, se ponen manos a la obra y comprometen todo su ser en la búsqueda hacia la verdadera y única Libertad, lo Ilimitado, que abarca la totalidad del conjunto cósmico significativamente cohesionado con el Misterio en sí mismo encarnado y presente en dicha totalidad. En definitiva, se trata nada más y nada menos que de restablecer la unión con lo divino, cuya invocación permanente actualiza la memoria de un origen increado, causa y al mismo tiempo efecto de todo cuanto es.
De este modo, en conformidad con lo más alto e incognoscible, las cosas se presentan cualitativa y cuantitativamente ordenadas, y cada cual ostenta un grado intelectivo, que al mismo tiempo constituye una responsabilidad comunitaria, según los atributos inteligibles y características psicofísicas de cada individuo. Ubicarse en tal posición, implica la significancia y plenitud de cualquier acción, ya que por así decir, se encuentra revestida de un carácter simbólico, mágico y en definitiva ritual.
Las Artes y las Ciencias sagradas efectuadas como tales por el hombre tradicional, y por lo tanto efectivizadas internamente, constituyen algunos de los elementos que conforman una tradición sapiencial, e ilustran ejemplarmente la inmanencia divina en todo lo manifestado, encarnada espontáneamente y de manera unánime por el conjunto de los individuos que integran dicha comunidad.
En este sentido, toda mentalidad tradicional se ubica íntegramente bajo el patronazgo de dioses e inteligencias angélicas, las que constituyen entidades protectoras e inspiradoras que el verdadero Artista despierta en sí, invocándolas naturalmente a través de una especie de reminiscencia contemplativa en la que se incluye el gesto simbólico, que signa la consecución de la obra de arte a realizar. Entre estas deidades intermediarias, se hallan las Musas, hijas de Mnemósyne, la Memoria.
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(continúa en la página de SYMBOLOS):
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