Desde que leí por primera vez hace años En el Vientre de la Ballena de Federico González, quedé impresionado por esos textos, muchos de los cuales me parecían traducir en palabras vivencias propias, experiencias tan íntimas y secretas que me parecía increíble que se pudieran expresar tan nítidamente a través del lenguaje. Además, al tratarse de un libro muy manejable, y sin una parte explícitamente doctrinal, su magia y su poética eran de muy fácil acceso. Desde entonces tuve la necesidad de leerlo con frecuencia y a veces en voz alta, y así ha ido resonando en mi interior, algunos acápites se han ido haciendo cada vez más claros y otros han permanecido enteramente misteriosos, pero siempre su lectura ha sido no sólo balsámica, sino también un modo de avivar mi fuego interno.
Por todo ello cuando se propuso como un nuevo trabajo de la Colegiata Marsilio Ficino, una vez convertido en texto teatral por su propio autor, esta vez con el título de En el Útero del Cosmos, mostré espontáneamente mi entusiasmo. Por una lado los textos eran lo mejor, pero por otro está mi afición al teatro. En mi juventud era un espectador bastante asiduo de los estrenos teatrales y a menudo salía transportado después de presenciar un buen espectáculo. Después de conectar con la Tradición fui perdiendo paulatinamente esta afición. Recuerdo salir fastidiado de muchas representaciones que ofrecían buenísimos actores y directores, que disponían además de un buen presupuesto, y sin embargo las obras eran de una absoluta banalidad además de pretenciosas, ¿cómo era posible que estos grandes actores y actrices pusieran su almas a disposición de tan absoluta mediocridad?. Y ahora de repente se me ofrecía la posibilidad de actuar en una representación sagrada, es decir de recuperar el verdadero teatro. Mi alma cumpliendo su función: recuperar la Memoria, unir el Cielo y la Tierra.
Es verdad que en los primeros ensayos, veía más bien cada parlamento como autónomo y me costó intuir su interacción. Pero a medida que fui releyendo el texto de En el Útero del Cosmos, y que los ensayos han sido más fluidos la “unidad teatral” se ha hecho evidente para mí, con lo cual no sólo es un placer recitar y escuchar cada uno de los parlamentos sino muy especialmente vivenciar la interacción de todos ellos, participar de la atmósfera que se va creando a través de las distintas interpretaciones de los personajes.
Es verdad que en los primeros ensayos, veía más bien cada parlamento como autónomo y me costó intuir su interacción. Pero a medida que fui releyendo el texto de En el Útero del Cosmos, y que los ensayos han sido más fluidos la “unidad teatral” se ha hecho evidente para mí, con lo cual no sólo es un placer recitar y escuchar cada uno de los parlamentos sino muy especialmente vivenciar la interacción de todos ellos, participar de la atmósfera que se va creando a través de las distintas interpretaciones de los personajes.
Especialmente en los últimos ensayos, y más ahora que contamos con la presencia de Federico entre nosotros, dicha unidad se hace tan patente que uno reconoce en todas las voces una sola voz. Haciendo la transposición geométrica al símbolo de la Rueda, uno se reconoce con aquel punto de la circunferencia que le toca representar, dramatizar, al igual que en cada uno de los demás personajes. Pero por encima de todo uno se identifica con el Centro inmutable, origen de cada uno de aquellos, imagen del Silencio y fuente de donde surge la Palabra.
Eso es, la verdadera Alquimia, un Rito. Como la Vida misma.
Antoni Guri
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