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El teatro ha sido siempre una representación de la vida. En el Teatro sagrado chino, japonés y balinés se representa la cosmogonía, la intervención de los dioses y sus andanzas como es el caso de los hindúes. En cuanto al occidente judeo-cristiano y greco-romano al que pertenecemos –igual que en las tradiciones precolombinas– el teatro tiene orígenes sagrados y en él se suelen representar no sólo las aventuras de sus dioses, sino también la de sus héroes y guerreros unánimemente presentes en todas las culturas, asimismo íntimamente ligadas a la danza, por lo que ésta y la música se presentan como entrañablemente unidas y conjugadas en el teatro que las acoge. Frecuentemente el teatro es asociado a la irrealidad de la existencia, vista así por los propios autores teatrales, igualmente la vida como un sueño, o la realidad en la que acreditamos como el gran Teatro del Mundo según Calderón de la Barca. Shakespeare tampoco es una excepción al pretender que la vida está hecha de la misma sustancia de los sueños.
En todo caso siempre hay algo paródico y hasta por ello grotesco en cada representación, lo que puede ser sublimado por los actores en la catarsis que acompaña siempre a la actuación, a veces en los insospechados medios en que se expresa la posibilidad universal, la que por definición es indefinida. Por nuestra parte queremos insistir en esta última posibilidad vinculada con la magia y aún con la teúrgia. Generosa madre, el teatro nos brinda la activación de la memoria original sobre todo aquello que hemos olvidado, que no podemos recordar, y consolida paradójicamente nuestro núcleo central al que se llega en este caso de la memoria, por la anamnesis, la “reminiscencia” y también, como ya sabemos, por otras tantas vías tradicionales.
El teatro puede alcanzar un estado sagrado como si una obra o su representación que así lo hiciese pudiese llegar a un sitio y tiempo distinto, una ruptura de nivel, como si se lograra expresar la idea de un teatro dentro de otro teatro, como lo hace el Teatro de la Memoria, o con impertinencia y estulticia agregar una ilusión a la ilusión como lo hace casi siempre el teatro contemporáneo.
Nos dice René Guenón en su estudio sobre el simbolismo del teatro en Aperçus sur l’Initiation que los “misterios” o autosacramentales medievales son formas de teatro sagrado. Así lo entendemos, pero sin olvidar el teatro (comedia del arte), representaciones, procesiones y desfiles renacentistas italianos u obras como La Tempestad de Shakespeare y todo el tono de su dramaturgia (y comedia) propios de lo espiritual-intelectual, tal como lo destaca Francés Yates en Las últimas obras de Shakespeare. Una nueva interpretación y La Filosofía oculta en la época isabelina. El espectáculo más irreal de todos es el de una noche serena iluminada por los astros –efervescente de grandeza– que están ya en otra cosa o habrán muerto pues los vemos, tal cual eran hace un millón 600 mil años (debido a la velocidad de la luz), antes del eón actual.
Federico González
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