En el caso del teatro occidental, cualquier manual que consultemos nos habla de unas composiciones poéticas que todavía en el siglo VII a.C. se cantaban y bailaban en honor al dios Dioniso: el ditirambo, el canto dionisíaco. Poco se sabe de estos himnos corales pero las imágenes que nos llegan son sugerentes: hombres cubiertos con pieles de macho cabrío profiriendo gritos y danzando con “delirio extático” alrededor del altar donde se sacrifica el animal, cuya sangre riega la tierra fecundándola. Paulatinamente, de este grupo de músicos-danzantes llamados trasgos, se iría diferenciando primero el corifeo del coro, y más tarde los distintos personajes que acabarían constituyendo los actores. (De la palabra trasgos que también significa macho cabrío, deriva etimológicamente “tragedia”, mientras que “comedia” provendría de comos, canto alegre).
. . . . . . . . . . . . ... ...... ....... .... Dioniso
Sabemos que Dioniso, el dios del vino es el “dios nacido dos veces”, y precisamente este segundo nacimiento, la muerte y resurrección inherentes al proceso iniciático es lo que el ditirambo invoca y ritualiza. Aquellos hombres y también mujeres presas de un frenesí báquico, de una lúcida embriaguez encarnaban una agitación salmodiada y reincidente, que se complementaba con la inmovilidad axial del altar sacrificial. Sabían que la auténtica fecundidad, que por supuesto la tierra y la naturaleza entera simbolizan, es la de su corazón dispuesto, en simultaneidad con la catarsis dionisíaca, a la Contemplación de la Unidad del Todo.
Este es el verdadero teatro, (palabra que etimológicamente proviene de “yo contemplo”), el que reivindicamos desde La Colegiata Marsilio Ficino, que por otra parte es el que sigue animando todas aquellas funciones que aún hoy insospechadamente transmiten un furor inefable, análogo al del ditirambo.
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