.Tenemos la alegría de anunciarles la publicación por la Editorial Libros del Innombrable del volumen “Tres Teatro Tres”, que incluye tres piezas dramáticas de Federico González Frías: El Tesoro de Valls, En el tren y Lunas indefinidas.
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A continuación reproducimos unos fragmentos del prólogo de la mano de su editor Raúl Herrero:
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La dramaturgia de Federico González Frías: en el ojo (ombligo) del huracán
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El primer encuentro de un servidor con la obra dramática de Federico González Frías aconteció en el estreno de Noche de brujas, excelente obra dramática que recomiendo al lector de teatro avezado. En esta pieza ya destacaban dos elementos: su estructura ceremonial (que la emparenta con la tradición del teatro-ópera primigenio en tierras egipcias, tanto como con el de Arrabal y el movimiento Pánico) y la doble dirección del contenido, puesto que éste se articula con valor tanto para el actor como para el espectador. El mismo Federico ha mencionado en entrevistas y en conversaciones particulares que su obra dramática somete a los actores a una catarsis, a un despertar, que, a su vez, con la pieza en escena se traslada al espectador.
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Nos resulta reseñable la vinculación que se establece en la propuesta de Federico González Frías con el psicodrama y la forma ritual del teatro Pánico, movimiento creado en 1963 en París por Arrabal, Topor y Jodorowsky. Baste con citar el título de una de las piezas insignia de este movimiento: El gran ceremonial de Fernando Arrabal para señalar los vasos comunicantes entre la que podríamos denominar como poética del sentido teatral de Federico y el movimiento Pánico. Arrabal en su Primer Manifiesto Pánico titulado «El hombre Pánico», ofrecido como conferencia en la Universidad de Sidney (Australia) en agosto de 1963, señala:
…el soporte de la memoria es el soporte de la vida. La vida es la memoria…
Por otra parte Jodorowsky en su artículo «Hacia el efímero pánico» de octubre de 1965 señala:
. Al aceptar su carácter efímero, el teatro dará con aquello que lo distingue de las otras artes y, con ello, con su esencia. Las otras artes dejan páginas escritas, grabaciones, lienzos pintados, volúmenes, objetos-huellas que, con el tiempo, acabarán por borrarse, aunque en un proceso muy lento. El teatro, por el contrario, no sobrevivirá ni un solo día. Debe morir a medida que nace. Las únicas huellas que podrá dejar quedarán grabadas en el ser humano y se manifestarán por un cambio psicológico. Si la finalidad de las otras artes es la de crear obras, la del Teatro será la de cambiar directamente al hombre: el Teatro no es un Arte sino una Ciencia de la Vida.
. Tenemos por un lado la Memoria y, por otro, el teatro como Ciencia de la Vida.
El teatro de la memoria, del que La idea del teatro de Giulio Camillo es una buena muestra teórica, se encuentra en las entrañas de este afán por comprender y mostrar el teatro.
A menudo los críticos han denominado este teatro con el adjetivo de «absurdo». Sin embargo, sabemos que tanto Arrabal, como Adamov, Ionesco y Beckett se desentendieron de tal calificativo. Incluso, al señalar su deuda con Antonin Artaud llegaron a denominarlo «teatro de la crueldad».
Sin duda, ante las tablas se ejemplifica en muchas de las obras de los autores mencionados, al igual que ocurre con la de Federico González Frías, la desintegración de las verdades de la modernidad: la simiente positivista, las costumbres llamadas burguesas o los valores fútiles propios de un mundo que sólo brinda por lo utilitario y la oscuridad de todo Arte con mayúsculas. Cuando se evidencia la estulticia de tales comportamientos puede caerse en la trampa de ver algo absurdo donde en verdad se muestra al Emperador desnudo del cuento, sin los ropajes sobre los que se construye una sociedad precaria en Verdad.
Lo absurdo, por tanto, no se encuentra sobre las tablas, sino en la cotidianidad. Como André Breton refirió en su Primer Manifiesto Surrealista: «…es preciso practicar la descretinización…». Y también de este deseo participa la obra dramática de Federico, como lo hicieron los pánicos, los dramaturgos ya mencionados y otros como Francisco Nieva, Antonio Fernández Molina o, el injustamente olvidado en España, Jean Tardieu. O, como me señala mi amigo Pedro Abío, también Peter Brook.
En conclusión, la obra dramática de Federico González Frías se desarrolla en dos direcciones. Primero el texto atrapa al actor, luego al receptor. En ambos casos se contempla la obra como vehículo de conocimiento. Este concepto contiene dos elementos esenciales: la desautomatización de lo que la educación y el entorno ha dado hasta ahora como «bueno y seguro», así como el aspecto litúrgico o ceremonial que se remonta a los inicios del teatro-ópera de la antigüedad egipcia. Sobre este último aspecto puede consultarse la obra ensayística del compositor Josep Soler, en especial, su libro Poesía y teatro del antiguo Egipto –una selección– (Etnos, Barcelona, 1993).
He preferido realizar este recorrido en lugar de comentar los azares y acontecimientos de las obras dramáticas incluidas en este libro. Las piezas hablan por sí mismas, en cambio, sí resulta inexcusable su lectura bajo la luz precisa. Espero haber ayudado al lector a encontrarla.
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