Preámbulo
Cantar, cantar, cantar quiero a la vida, al Conocimiento de la Sabiduría de Aquel que es Innombrable, que Es Nada y Todo; el Vacío Absoluto, de donde penden las estrellas y que alberga el principio de la Luz y el Sonido Increados, Origen de toda Posibilidad de Ser y No Ser. A su Inteligencia, que hace audible la Palabra, inteligible, comprensible.
Y dijo la Virgen al ángel Gabriel tras la Anunciación:
"Hágase en mi según tu palabra". (Evangelio según San Lucas, I, 38)
¿Quién soy? ¿De dónde he venido? ¿Cuál es mi origen? ¿Qué sonido, qué música, qué ritmo, qué pausas, tiempos, medidas y proporciones marcan mi destino? ¿Lo he olvidado todo? ¿Quién? Preguntas que no deja de hacerse este ser, inmerso en la corriente vertiginosa del devenir.
No cabe la menor duda que la verdadera historia empieza aquí cuando se pregunta ¿quién? Verdadero misterio es la realidad sagrada, significativa, de la que se ha tomado conciencia por el poder de la Palabra, espermática y fecundadora que hace posible la Iniciación en los Misterios del ser, ocultos a la mirada y los quehaceres profanos, pero más que verdadera, porque toda esta historia acontece en lo más íntimo y profundo del alma, en el corazón de aquellos que escuchando un lenguaje articulado en distintos tonos y claves se abren, totalmente, a recibir en la soledad de su casa la “buena nueva”.
Esta historia viva es análoga a las historias míticas de nuestros antepasados, los dioses, o sea, a la manifestación de todos los atributos y estados del Ser Universal, Unico, que oculto en la total Oscuridad se concentra en un punto luminoso, poniéndole límite a su propia oscuridad, y por su Voluntad vierte su Luz en un eje descendente (y ascendente) que se proyecta en un Orden horizontal como dual, masculino y femenino, activo y receptivo, hombre y mujer, tri-unitario, ya que la oposición se conjuga permanentemente en la Unidad que así se manifiesta para conocerse, y se despliega en cuatro planos, mundos o elementos que combinados entre sí producen todas las posibilidades de Ser.
Esto mismo le sucede al iniciado, que haciéndose cargo de su verdadero destino se quita las vendas de los ojos, y con Amor y fe, asumiendo su origen divino, se entrega a la experiencia maravillosa de un viaje a otro mundo, ascendente y profundo, donde descubre que él mismo es todo -que en él mismo está todo-, pero no sin antes experimentar las muertes, las disoluciones que permitirán las coagulaciones a estados más sutiles del alma; del error y la ignorancia, al conocimiento de sí mismo oculto y misterioso, vivencia que no está exenta de los dolores propios del autosacrificio (sacrificio = hacer sagrado).
Descubierto el horror y la maldad, no queda más que descuartizarse, dejar que los restos se pudran y sean abono para la tierra y encender el fuego que convertirá en ceniza aquella putrefacción de la que re-nacerá a un orden arquetípico, a lo verdadero y eterno.
Invocando a la deidad, a Mnemosine, diosa Memoria, que canta el recuerdo del Origen audible en el corazón y concentrándose en un punto de luz el iniciado se abre a ser fecundado por sus antepasados y guiado por Hermes sin cuya transmisión nada le es posible, dios revelador e intérprete, conductor a las profundidades de la tierra -y fuera de ella-, salvador providencial después de las pruebas de la muerte a la individualidad y a todo lo que lo ata al hombre viejo, que estúpidamente se aferra a una identidad heredada de sus padres terrestres. Guía por los senderos luminosos y oscuros, desde la nada, el anonimato, a través del laberinto de las formaciones, aguas turbulentas y peligrosas, donde siempre nos aguarda y conduce, al borde del abismo, pero con inmenso amor, hasta encontrar nuestro centro, representado por el eje de su caduceo, alrededor del cual se entrelazan las dos serpientes, símbolo de las energías descendente-ascendente, y desde donde emprenderá el viaje vertical encarnando el mito hacia la unión indisoluble con su creador siendo Uno con El.
Despertador e iniciador a otros mundos y maneras de ser y percibir la realidad; a un mundo mágico, donde de pronto, en un momento de abandono, nos percatamos que somos encarnaciones de otras entidades sutiles y misteriosas que están vivas, a las que llamamos faunos, ninfas, musas, dioses y demonios, produciendo cópulas, uniones, raptos, y también rechazos, guerras y desarmonías a semejanza de las que se rememoran en las historias míticas de todos los tiempos.
Para que esto sea posible hay que darle vuelta a la rueda y recorrerla toda, esto es, ascender “contra corriente” por los ciclos en ella contenidos, de manera espiral. Enrollar todo lo que la manifestación desenrolló en su descenso a la materialización, o sea, volverse al Origen, por un recorrido retrógrado, pausado y lento, pero constante, por cada mundo y plano devolviendo los seres y las cosas a su Origen perfecto.
Y advertimos que no hay otro, es Uno Solo -visible e invisible, manifestado y no manifestado, materia y espíritu, aparente y no aparente-, y en el centro la conciencia de ambos en el siempre presente donde no pasa nada más que la contemplación de ese hecho indescriptible.
No hay otro destino posible, si de allá venimos y allí vamos. Lo que pasa es que no nos percatamos de esto porque no sabemos nada, sumergidos como estamos los seres en esta época oscurísima -no la Oscuridad “más que luminosa” de donde proviene toda Belleza y Verdad- del fin de los tiempos, de una humanidad que se desmorona a cada instante.
¿De qué manera sería sino a través de la muerte y el agotamiento de las posibilidades de ser, o sea su límite, para que el verdadero destino se cumpla y así ser absorbidos en nuestro origen para nuevamente recrear el Orden pero en otro ciclo, en otro plano?
Estamos inmersos en el ser del tiempo, que es siempre presente, no existiendo pasado y futuro pues son lo mismo, pero que a su vez al manifestarse lo hace poniendo en movimiento la rueda de la vida y la muerte y la resurrección.
Todo es eterno. No pasa nada y a la vez todo pasa. Todo es en la quietud del siempre presente y eterno. Una constante alabanza al Ser en el Ser mismo. El movimiento de los ciclos celestes y terrestres engranados unos en otros, el día y la noche, vida y muerte, comienzo y fin, no hace sino reproducir o manifestar, a su vez, al Ser Universal.
La naturaleza entera está en perenne alabanza a Dios porque es El mismo, su Inmanencia. Es todos los seres y no hay nada más que El; nada está fuera del Gran Misterio, pues en el Silencio y la Oscuridad del No Ser, en el Caos primordial, están contenidas todas la posibilidades de Ser y también aquellas que nunca serán, e igualmente todo lo que es por su emanación, hacia El retorna, pues no es más que su propio reflejo.
Sólo el hombre en su olvido y distracción no se percata de ello, pero tiene la posibilidad de recordarlo y vivenciarlo, siempre que pare la rueda del tiempo lineal y se aquiete, dando lugar a un espacio vacío donde aflore esa conciencia de unidad en lo que Es y No Es a la vez.
..........................................................................Lucrecia Herrera
..................................................................................(continuará)
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