Hace un año que Federico González nos presentó el libreto de “En el Tren”, y desde entonces que La Colegiata no ha parado de laborar con este extraordinario texto. Desde el primer ensayo su lenguaje ha venido a cumplir su cometido: que cada uno de nosotros realizara el viaje, no tanto horizontal (tras muchos vaivenes no parece que el tren pasara de Guadalajara) como vertical. Tras la primera frase en que se nos propone jugar a la confusión de lenguas, y cada uno desde su banco, nos disponemos a compartir un espacio del pensamiento cuya calidad de repente, pero paulatinamente, se amplia y concentra. Colgados del lenguaje nos dejamos llevar por aquella aparente confusión que inmediatamente se revelará impulsora del único espectáculo: se confirmará que “lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se obren los milagros de una sola cosa”, sin salir del centro inmutable ascenderemos y descenderemos sin tregua, de lo prosaico a lo sublime, de lo escatológico al enamoramiento de la Nada.
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Pero para extraer todas las posibilidades de esta partitura será necesario templar la caja de resonancia, y las mismas manos que la crearon tensarán los resortes para que llegue a emitir la vibración precisa. Para que el mensaje reverbere limpio a través de la voz de La Colegiata, se adecuará el tono y se acompasará el ritmo. Se conjugará la interioridad con la intensidad, el ardor y la contención, levedad y aplomo: el secreto de una alquimia fuerte y eficaz permanece en el corazón de cada uno de nosotros.
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Y llega el momento del estreno. Entre bambalinas una luz dorada rompe la oscuridad precósmica y alumbra un escenario, un vagón de tren; los alegres compases de The Trolley Song nos empujan decididos a nuestros asientos. Asistimos de nuevo a la construcción a través del lenguaje, cada límite, cada coagulación de un significado nos lanza a otro ámbito ya no paralelo sino superior, o directamente a lo ilimitado.
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Y esta certeza les seguirá impregnando días después de la representación, después del golpe fortissimo de platillos. Al llevar la belleza puesta, seguirán viéndola en cada rincón, ya nada es banal ni absurdo ni tampoco sórdido, cada parte es el todo, cada ángulo realiza la tensión indispensable a la armonía del conjunto, cada aspecto al no estar separado de aquello que lo genera, reproduce ya sea por presencia o ausencia, en positivo o en negativo, a la Unidad. “De la que nada ni nadie queda excluido”.
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