Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

lunes, 6 de abril de 2009

Acerca de "En el Útero del Cosmos"

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Queremos recuperar ahora este vibrante artículo inédito que Mireia Valls escribió en plena gestación de su puesta en escena.
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"Después del reciente estreno del espectacular auto sacramental Noche de Brujas, Federico González nos sorprende con un nuevo proyecto teatral basado en textos poéticos alquímicos que escribió hace años, los que ahora resuenan en la voz de un singular grupo de intelectuales.
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Aunque ya conocíamos este trabajo literario suyo y nos hemos paseado durante años por cada una de sus inspiradas páginas buscando el espejo en el que reconocernos, nos asombra la dimensión que adquieren esos pensamientos al adoptar la forma teatral. Destacamos, para empezar, sus posibilidades plásticas y maleables, en el sentido de que estos textos se han reordenado mágicamente de una manera distinta al discurso original conformando una nueva creación, pero sin dejar de transmitir ni un ápice su esencia y poder evocador. El lenguaje es el protagonista, el sujeto y objeto de esta exploración intelectual, que cobra vida a través de unos personajes que lo reconocen como el sustento de un metalenguaje, con un alto poder transmutador, es decir como el vehículo para la labor alquímica del autoconocimiento, que es mucho más que la simple vivencia de unas posibilidades psico-físicas, y que en realidad se refiere a la aprehensión de lo universal, lo arquetípico y siempre a la vivencia de lo intangible y supracósmico, que precisamente el lenguaje contribuye a evocar de una manera asombrosa.
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Otra cuestión preliminar a destacar es la forma de trabajo de la joven Colegiata Marsilio Ficino, cuyos integrantes, sin embargo, vienen practicado desde hace tiempo distintas modalidades del trabajo hermético, y que ahora se adentran en la ejercitación del arte escénico como soporte para transmitir y actualizar una enseñanza simbólica perenne. Una vez dadas las directrices acerca del guión y después de varios ensayos conjuntos, se sucede un tiempo de interiorización de los papeles y el estudio a fondo de los textos por parte de todos los integrantes de la Colegiata. Hasta aquí nada parecería distinguir este proceder del que es habitual en un proyecto de tales características, pero la cosa es mucho más amplia y rica de lo que aparenta a simple vista. La naturaleza simbólica y doctrinal de estos escritos los convierte en una plataforma para elevar el pensamiento hacia un ámbito en el que todos los que participan de él quedan religados por las ideas universales expresadas con un lenguaje siempre vivo, directo, paradójico, disolvente y coagulante al mismo tiempo. Se constituye, pues, una Escuela invisible, un aula etérea que reúne a las almas en el núcleo de su esencia única, y ello acontece en la medida que cada integrante va asimilando, comprendiendo y aprehendiendo lo que está implícito entre las líneas del libreto, y en cada palabra, de tal manera que lo que se reitera y vivencia no es la suma de una serie de experiencias particulares sino el diálogo de un ente único consigo mismo, todo lo cual conforma una entidad, un modelo del ser universal.
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En el Utero del Cosmos es una obra atemporal, que sin embargo nos propone un cúmulo de imágenes muy actuales, próximas a la idiosincrasia del ser humano occidental, como plataforma para elevarlo a otros parajes ideales, desnudos ya de cualquier particularidad. De ahí que Federico González haya diseñado un escenario contemporáneo, sugestivo, potente y al mismo tiempo neutro. Los actores que dan vida a un grupo mixto de profesores universitarios aparecen revestidos de togas y birretes de diversos colores alrededor de una mesa con manteles rojos. La función fundamental del enmarque es la de delimitar un espacio-tiempo contenedor y vehiculador de unas posibilidades otras, además de ser una palanca para que las verdaderas “revoluciones”, que son las internas, puedan emprenderse desde un nivel literal y concreto hacia otras instancias del pensamiento mucho más desconocidas pero interesantes desde el punto de vista intelectual.
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Estamos en presencia de una obra construida en base a un modelo cosmogónico, lo que se reconoce en cada uno de sus monólogos, en los que se va manifestando una doctrina integral e interiorizada, una enseñanza transgresora respecto de lo pequeño e individual pero liberadora por trazar nítidamente el recorrido de la universalización y la realización espiritual. Y decimos monólogos porque aunque los pensamientos y meditaciones fluyen por boca de diversos personajes, en el fondo se percibe un discurso único, el de un ser que juega a irse conociendo y revelando en sus indefinidas facetas, a través del Verbo proferido, hecho palabra, como rayo sonoro que proyecta su pensamiento a diversos grados de sí mismo, lo que posibilita otros tantos niveles de lectura y aprehensión del mensaje. De ahí también su carácter simbólico, que tiende puentes de arriba a abajo y de abajo a arriba, y que es tanto promotor de la transmutación alquímica como vehículo de la proyección del Principio.

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En el Utero del Cosmos consta de dos actos diferenciados pero sutilmente unidos. En el primero, el grupo de intelectuales se reúne en un aula de estudios en una de sus sesiones habituales, donde ya se advierte el carácter ritual de sus encuentros y que aquello de lo que conversan es nuclear en sus existencias. Un grupo, por otra parte, nada convencional ni afín al oficialismo burócrata, competitivo, empresarial y también apolillado del fragmentado y especializado mundo universitario, sino representativo de lo que debe ser la universidad en sí: un ámbito en el que se aprehenden los ritmos, ciclos y claves del Universo. Una estructura simbólica que lo reproduce y recrea a través de sus códigos numéricos y lingüísticos. Un centro de transmisión de la doctrina, dinámico y siempre revolucionario. Un generador de nuevas posibilidades apoyadas en la Ciencia y el Arte Sagrados.
En este sentido, los parlamentos de apertura tienen un tono didáctico, revelan el carácter de la labor a la que se han entregado los convocados, sientan las bases del trabajo y la misión que les ha sido encomendada, presentan las herramientas en las que se apoyan para realizar el viaje interno, tanto por la próxima como por la desconocida conciencia. Sí, éste es un trabajo especular sobre la conciencia y sus niveles coexistentes y sucesivos, desde los más externos hasta los más internos, que paradójicamente son los más reales y liberadores...
Esas primeras intervenciones constituyen también una prueba de fuego para el espectador, que recibe como un bombardeo de pensamientos, de imágenes cambiantes, símbolos universales en acción, descripciones vívidas, afirmaciones rotundas fruto de la certeza, grandes dosis de broma y buen humor, tránsitos difíciles pero siempre catapultadores hacia nuevos mundos, claves para descifrar los secretos, una presencia intangible y el misterio siempre presente, o sea, una descripción simbólica del ser humano y el universo que a ciencia cierta poco tiene que ver con lo que a uno le han enseñado desde siempre, y que ahora puede topar con un mar de prejuicios y mucho, mucho asombro y perplejidad. Se puede entonces permanecer por siempre jamás del lado de la platea, y quedarse como público distante, o empezar a viajar por los dioramas que discurren en el escenario.
De hecho, esa es la magia del teatro para cualquiera de los implicados, tanto para el director, como para los actores, los escenógrafos, realizadores, apuntadores, y todo el personal de utilería, así como para los mismos espectadores. Todos pueden mantenerse en un nivel de simples observadores del gran Teatro del Mundo, ser los ejecutantes mecánicos de un papel que a lo sumo aumente y proyecte sus egos, o bien reconocerse partícipes de esa obra única de un único ser jerárquico del que cada cual en su libre albedrío puede ir encarnando todas sus posibilidades.
Las singularidades de los personajes, el tono que dan a cada declamación, sus estados de ánimo cambiantes a veces en una misma intervención, ciertos matices que los podrían encasillar como el loco de la película, el sereno, el independiente, el poético, el conciliador, el jovial, el taciturno, el melancólico, el psíquico, etc., etc., no son sino el espejo de los estados de ánimo de esa entidad única que se expresa a través de los parlamentos de los actuantes.
Y paradójicamente, los actores son y no son al mismo tiempo lo que actúan, van y vienen de la máxima lucidez a una cierta tontera, se elevan hasta el Silencio absoluto y caen en el lodo del pantano, monologan y dialogan simultáneamente, y con la magia del lenguaje van trenzando un panorama en el que todo está incluido y donde cada aparente parte es un modelo completo y reducido de sí mismos y del universo.
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En el segundo acto todo fluye de una manera más distendida; el ambiente recogido del living del apartamento del rector de la universidad invita a la intimidad, a la confidencia y a la expresión descarnada de lo que se conoce y vive. Los convocados no se andan con rodeos y el discurso parece abandonar toda lógica racional. A simple vista pudiera parecer que todo se torna más inconexo, que no hay orden ni concierto entre lo que se dicen los amigos, cuando en realidad todo se está volviendo mucho más sutil, el tiempo y el espacio se dilatan, se abren mundos vírgenes y las correspondencias de sus simbólicas disertaciones son mucho más ricas, profundas.
Los parlamentos de los actores van adquiriendo un cariz sugestivo, helicoidal, indefinido y al mismo tiempo circular, y no son nunca pareceres particulares que se quieren imponer, ni hay pretensión de crear un “estado de opinión”, ni de provocar un juego dialéctico por momentos ingenioso, por otros enrevesado o bien estéril. No hay aprobaciones ni reproches, ni mucho menos juicios de valor. Nadie quiere convencer a nadie, ni someterlo a una perspectiva particular. Se respira un aire de búsqueda, de apertura de secretos senderos hacia la libertad, y de certeza, y revelación, y locura, locura de amor al Conocimiento. Entre ellos saben de lo que están hablando, y lo saben porque lo que dicen lo viven en toda su dimensión.
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Este coloquio nada tiene que ver con lo que hoy entendemos por tal, sino que es un discurso otro, procedente de otro espacio. Es lo más parecido al gesto de la respiración, que con la inspiración inhala el silencio del Misterio y al espirar se torna Verbo, profiriéndose en esas formas tan poéticas, rítmicas, también numéricas y geométricas de cada uno de los parlamentos, que se van proyectando a diversos niveles, y percutiendo con sutiles vibraciones en otras tantas esferas del alma, que a su vez se van iluminando, amplificando. O sea, que cada alocución es en sí un todo que guarda secretas analogías con las demás organizando el gran concierto en el útero del cosmos. Y hay también saltos de nivel en el interior de cada una, brechas que conectan las esferas coexistentes de lo sensitivo con lo racional y a su vez con los conceptos y las ideas, y con los arquetipos, y con el Principio que es su origen y destino. Y lo que en una intervención parece oscuro, se ilumina con las palabras de la siguiente, o de la anterior o de la primera o la última.
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Texto circular y a la vez espiral, extraño por momentos y siempre tan absolutamente cierto, En el Utero del Cosmos es una obra que contiene en sí indefinidas obras, cual la descripción del universo que hacía Giordano Bruno, o la idea del árbol de la vida dentro de otro árbol y a su vez dentro de otro de la Cábala hebrea, o la del círculo que es la matriz de todas las figuras geométricas, etc., etc.
Vista la naturaleza del libreto, es imposible entenderlo desde una mentalidad circunscrita a los sentidos y a la razón. De hecho, es mejor no pretender nada, y sólo dejarse mecer en esas ondas insinuadas que transitan por los parajes de la verdadera intelectualidad. Ser lo que se expresa de manera subliminal en cada palabra, gesto, tono o silencio. Estar dispuesto al derrumbe de la ilusoria personalidad, abrirse a la purificadora catarsis y a la vivencia de posibilidades no sujetas a la causa-efecto. Impregnarse de esa lluvia de palabras que van sugiriendo lo intangible. Rozar, y traspasar, con la ayuda del lenguaje, esa sutil frontera entre lo que se puede decir y lo Innombrable, tal es el poder de la palabra. Contemplar y actuar esta obra es un privilegio a la vez que un compromiso: el del ser humano que busca no sólo elevarse a la cúspide de la Gran Obra, sino también atraer lo de arriba hacia abajo, para que como dice la Tabla de Esmeralda, se obren los milagros de una sola cosa".
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