(...)
"Se puede decir, de manera general, que el teatro es un símbolo de la manifestación, de la cual expresa tan perfectamente como es posible el carácter ilusorio; y este simbolismo puede ser contemplado, ya sea desde el punto de vista del actor, ya sea desde el del teatro mismo. El actor es un símbolo del "Sí" o de la personalidad manifestándose mediante una serie indefinida de estados y de modalidades, que pueden ser considerados como otros tantos papeles diferentes; y hay que señalar la importancia que tenía el uso antiguo de la máscara para la perfecta exactitud de este simbolismo. Bajo la máscara, en efecto, el actor permanece él mismo en todos sus papeles, como la personalidad es "no-afectada" por todas sus manifestaciones; la supresión de la máscara, al contrario, obliga al actor a modificar su propia fisonomía y parece así alterar de alguna manera su identidad esencial. No obstante, en todos los casos, el actor permanece en el fondo otra cosa que lo que parece ser, lo mismo que la personalidad es otra cosa que los múltiples estados manifestados, que no son sino las apariencias exteriores y cambiantes de las que ella se reviste para realizar, según los modos varios que convienen a su naturaleza, las posibilidades indefinidas que contiene en sí misma en la permanente actualidad de la no-manifestación.
Si pasamos al otro punto de vista, podemos decir que el teatro es una imagen del mundo: uno y otro son propiamente una "representación", ya que el mundo mismo, no existiendo sino como consecuencia y expresión del Principio, del cual depende esencialmente en todo lo que es, puede ser contemplado como simbolizando a su manera el orden principial, y este carácter simbólico le confiere por otra parte un valor superior a lo que es en sí mismo, puesto que es por esto por lo que participa de un más alto grado de realidad". (...)
"El teatro, en efecto, no está forzosamente limitado a representar el mundo humano, es decir un único estado de manifestación; puede también representar al mismo tiempo los mundos superiores e inferiores. En los "misterios" del medioevo, la escena estaba, por esta razón, dividida en varios pisos que correspondían a los diferentes mundos, generalmente repartidos según la división ternaria: cielo, tierra, infierno; y la acción, que tenía lugar simultáneamente en estas diferentes divisiones, representaba la simultaneidad esencial de los estados del ser. Los modernos, no comprendiendo nada de este simbolismo, han llegado a contemplar como una "ingenuidad", por no decir como una torpeza, lo que tenía precisamente aquí el sentido más profundo; y lo que es asombroso, es la rapidez con la que ha llegado esta incomprensión, tan sorprendente entre los escritores del s. XVII; este corte radical entre la mentalidad del medioevo y la de los tiempos modernos no es ciertamente uno de los menores enigmas de la historia".
(...)
"Para terminar estas observaciones, indicaremos aún, dentro del simbolismo del teatro, otro punto de vista, aquel que se refiere al autor dramático: los diferentes personajes, siendo producciones mentales de éste, pueden ser contemplados como representando modificaciones secundarias y de alguna manera prolongaciones de él mismo, aproximadamente de la misma manera que las formas sutiles producidas en el estado de sueño. La misma consideración se aplicaría evidentemente, por otra parte, a la producción de toda obra de imaginación, de cualquier género que sea; pero, en el caso particular del teatro, hay esto de especial: que esta producción se realiza de una manera sensible, dando la imagen misma de la vida, tal como tiene lugar igualmente en el sueño. El autor tiene pues, con respecto a esto, una función verdaderamente "demiúrgica", puesto que produce un mundo que saca entero de él mismo; y él es, en esto, el símbolo mismo del Ser produciendo la manifestación universal. En este caso, tanto como en el del sueño, la unidad esencial del productor de las "formas ilusorias" no es afectada por esta multiplicidad de modificaciones accidentales, como tampoco la unidad del Ser es afectada por la multiplicidad de la manifestación. Así, desde cualquier punto de vista en que uno se sitúe, se encuentra siempre en el teatro ese carácter que es su razón profunda, por muy desconocida que ella pueda ser para aquellos que han hecho de él algo puramente profano, y que consiste en constituir, por su naturaleza misma, uno de los más perfectos símbolos de la manifestación universal".
.....Thalía (musa de la comedia) y Melpómene (musa de la tragedia)
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