Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

martes, 24 de junio de 2008

Fragmentos extraídos del prólogo de "Noche de Brujas".

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Si bien Noche de Brujas está situada históricamente en el siglo XVI o XVII, el mensaje que subyace en ella es plenamente actual. Su tema es el Sabath o Aquelarre, palabra ésta de origen vasco que significa “prado del macho cabrío”. Tal y como se celebraba durante la Edad Media y el Renacimiento el Sabath se introdujo a través de la magia judía, mezclándose con prácticas de similar tipo que pervivían en Europa desde muy antiguo, antes de la llegada del cristianismo.

De ahí que determinados términos y expresiones, e incluso las letras inscritas en los amuletos utilizados en los aquelarres, fueran de origen judío, y más concretamente cabalístico, empezando por los nombres de las energías, númenes o ángeles invocados, algunos de los cuales también lo son en la obra. La magia judía recibe también la influencia de determinadas formas de la magia egipcia y de Oriente Próximo (Mesopotamia y Persia fundamentalmente), en todas las cuales se veneraban a las deidades femeninas, lunares y telúricas. El Sabath ha de ser considerado entonces como un rito mágico-teúrgico cuya estructura cosmogónica es en gran parte heredada de cultos muy arcaicos ofrecidos en honor de las diosas terrestres, expresiones de la Diosa primordial.

Tengamos en cuenta que para la gnosis y el verdadero esoterismo (incluido el cristiano) las divinidades subterráneas y ctónicas participan de lo sacro tanto como las divinidades celestes, aunque en un grado más restringido al ser su reflejo. Esto explicaría que bajo los cimientos de la catedral de Nôtre Dame de París (templo dedicado a la Diosa Madre cristiana) exista un altar consagrado antiguamente a una divinidad cornuda llamada Cernunnos, a la que se destinaba un cierto culto ligado a los misterios telúricos, donde la práctica sexual, como ceremonia iniciática, no estaba excluida.

El punto de vista metafísico no excluye a las cosas sino que las integra situando a cada una en el lugar que le corresponde dentro del orden universal. Es en calidad de símbolo, es decir como expresión refleja de la realidad arquetípica, que el mundo inferior, nuestro mundo, adquiere todo su sentido y valor. Desde esta perspectiva el inmenso despliegue del cosmos material, incluidas las energías invisibles que lo generan y animan, deviene el soporte que sirve de manifestación a lo genuinamente espiritual y trascendente. O dicho de otra manera, desde lo sagrado, la Naturaleza en todas sus formas es también un recipiente que deja traslucir lo sobrenatural que la fecunda. ¿Acaso no alude esta complementariedad a la conocida fórmula hermética de que “... lo de arriba es igual a lo de abajo, y lo de abajo igual a lo de arriba, para hacer el milagro de una cosa única”?

Sin embargo, el Universo, siendo evidentemente un organismo vivo y una unidad indisoluble, está dividido en tres grandes niveles, planos o mundos que las diversas cosmogonías hacen corresponder al Cielo, a la Tierra y al Infierno, o Inframundo Cada uno de estos tres planos tiene su propio principio rector, su ángel, su dios, su numen o potencia creadora. A esto se alude precisamente en Noche de Brujas por boca del mismo Diablo cuando dice: "Y así como en el cielo mandan los amos del cielo, aquí en la tierra mandamos los espíritus de la tierra...” En el mundo del hombre, considerado en su humanidad terrestre e individual únicamente, ese principio recae precisamente en el Diablo. El es el Mago a las órdenes del Demiurgo del Mundo que reuniendo en sí mismo la potencia de todos los planetas (ideas-fuerza creadoras) organiza el mundo material (hílico) y anímico (psíquico) a partir de las formas que nacen de su copulación con la substancia primordial, la hembra misteriosa y profunda, la Terra Mater Genitrix.


La energía sexual (que está presente tanto en el hombre como en la Naturaleza) constituye uno de los principales atributos de Bafomet, o del Dionisos griego o el Baco romano, entidades que podríamos identificar perfectamente con el Diablo de Noche de Brujas, y también con el arcano XV del Tarot; energía sexual que no deberíamos confundir exclusivamente con lo genital, que es tan sólo uno de sus aspectos. En las antiguas culturas la iniciación a la sexualidad propia de los ritos de fertilidad era el punto de partida para el conocimiento de los misterios de la vida, y su empleo un poderoso medio para el despertar de la conciencia. De esta manera, y no de otra, es como se considera a la sexualidad en Noche de Brujas.

A este contexto de ideas emanadas de una Tradición Unánime o Filosofía Perenne presente en todas las culturas y civilizaciones pertenece el hilo argumental que estructura Noche de Brujas, que es ante todo una obra alquímica, pues en ella se destaca la idea de la transmutación de la conciencia, es decir de la muerte del “hombre viejo” y el nacimiento del “hombre nuevo”. De esta manera los dos actos en que se divide se corresponden con las dos fases de ese proceso de transmutación alquímica que se van encadenando a lo largo del mismo: “disolver y coagular”, fases simbolizadas precisamente por el entrelazamiento de las dos serpientes del caduceo hermético alrededor del eje central, equivalente al pilar del equilibrio del Arbol de la Vida cabalístico, en cuya sumidad ambas se concilian y absorben.

Esa inmersión en el caos alquímico, ese “regreso al útero” de la Diosa, o como se dice en la obra: “a las regiones siempre vírgenes e inexploradas”, es el comienzo del nuevo nacimiento; de la coagulación, después de la disolución, en un modo de ser superior y trascendente. Curiosamente esta operación se realiza a través del propio deseo que antes del nacimiento físico nos provocó la tentación de existir. Y ese deseo, esa pasión, es el Diablo, que deviene el “yo vigilante” de la conciencia, que se sitúa inmediatamente por encima del ego personal e individual.

Pero, como se señala nuevamente en la obra, "... cuando la pasión ya no puede con la pasión y nos sume en el caos completo (...) sumergiéndonos una vez más en la ignorancia... ¡Es cuando surge Amor...! encarnándose en nosotras, y volviendo a unir de otra manera lo que pasión desató". La Venus Pandemos terrestre refleja a la Venus Urania celeste. (Recordemos asimismo que los genios o demonios terrestres son ambivalentes: tanto pueden constituir una ayuda como un obstáculo en el camino del Conocimiento. Ellos representan fuerzas elementales presentes por igual en la naturaleza y el hombre, y a las que hay que ordenar mediante un intenso trabajo con nosotros mismos).
A esta unión o coagulación en un plano superior se refiere el segundo acto de la obra. Posteriormente a la muerte o disolución –o simultáneamente a ella- se produce el nacimiento “...del arco iris y la estrella”.
La substancia del pensamiento, purificada al fin tras muchas disoluciones y coagulaciones, va conociendo su verdadera identidad en armonía con el orden cósmico (con sus ritmos y ciclos que enmarcan y promueven su perpetua regeneración), y que se le revela como el soporte necesario para hacer que esa identidad sea plenamente efectiva, lo que metafísicamente se concibe como un retorno a nuestro origen suprahumano y celeste. ¡“Vivimos de arriba”!
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Francisco Ariza

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